Saludo romano en la calle Mayor de Caspe al poco de «la liberación».
Publicada en: Cenarro, A y Pardo, V. (Coord.) Guera Civil en Aragón. 70 años después, Zaragoza, 2006. Fotografía Biblioteca Nacional. Madrid.
Durante la primera fase de la batalla de Aragón en marzo de 1938, la «reconquista» real y simbólica de la capital del Aragón republicano era un acontecimiento digno de engrosar las listas de méritos victoriosos de las tropas sublevadas. Sin duda pisar sus calles era aplastar lo que había significado y lo que se había vivido en aquella pequeña y durante algún tiempo, díscola ciudad bajoaragonesa.
La Stampa, diario de Turín, en su edición del día 15 de marzo y como uno de sus títulos destacados proclamaba: Alcaniz e Caspe occupate dalle truppe legionarie.
En el texto siguiente, el corresponsal del periódico se apasionaba describiendo la entrada de madrugada de las tropas italianas en Alcañiz el día anterior y añadía que la toma de Caspe capitale Repubblicana dell’Aragona será un colpo senza riparo.
Se vendía la piel antes de cazar al oso, pero el acontecimiento estaba ya próximo y qué mejor que anotarlo ya entre los tantos de l’avanzata dei gloriosi legionari.
El enviado especial no era otro que el periodista napolitano (monárquico y fascista) Giovanni Artieri. Eran sus primeros trabajos como corresponsal de guerra y ya mostraba su gran potencial como comunicador y propagandista. Después de la Guerra Civil española continuaría durante decenios en estos mismos menesteres, realizando sólo unos ligeros cambios superficiales de camisa política. Pero eso es otra historia en la que posteriormente llegaría a ser senador electo durante dos legislaturas en Italia (militando en el partido neofascista Democrazia Nazionale) y a recibir el título nobiliario de Conte.
Dos días después (el 18 de marzo) y donde dije digo, digo Diego, vuelve a la carga desde La Stampa. Pero esta vez a los pies de un artículo titulado: I Legionari occupano Alcorisa e varcano il Guadalope (fechado el 17 de marzo) firmado por Riccardo Forte. La crónica ya sólo aparece como subtitular: Caspe saccheggiata dai rosi in fuga. Ahora sí el oso ha caído, pero el gol no es italiano, así que no merece mayor derroche tipográfico.
En otros artículos de El Agitador ya hemos presentado la perspectiva sobre los mismos acontecimientos del brigadista internacional Milton Wolff:
Milton Wolff (I). La Brigada Lincoln combate en la Estación de Caspe.
Milton Wolff (II). La Brigada Lincoln llega a Caspe.
Milton Wolff (III). La Brigada Lincoln abandona Caspe para siempre.
En esta versión, que coincide en lo sustancial con la anterior aunque desde enfrentadas trincheras, existen además algunas diferencias notables. Artieri acompaña a los mandos golpistas y con ellos comparte una vista general de la batalla: sabe qué unidades (incluso las muy exageradas enemigas) participan, donde están, qué quieren hacer… Al contrario Wolff nos mostraba el caos de un ejército en retirada donde la comunicación y esa capacidad de sobrevolar racionalmente el teatro de operaciones era muy limitada. Es evidente que el primero sólo miró y el segundó vio y luchó.
Singular es la camaradería de Giovanni con el general Juan Bautista Sánchez González, «liberador» entre otras muchas ciudades de Caspe. Éste no acertó por mucho en la predicción de la toma de Barcelona, pero sí que estaría presente. De hecho sería nombrado Capitán General de Cataluña.
Sus glorias fueron olvidadas pronto, incluso por sus compañeros, dado que en 1957 moría o se hacía morir en Puigcerdá. El hecho aparece envuelto por extrañas circunstancias tal vez ligadas a una conjura monárquica y una consecuente purga de esterilización.
Similar amnesia o más bien niebla, rodea esta batalla por Caspe. Los dos testimonios internacionales aludidos muestran la crueldad y la realidad de sangrientos combates, que contrastan con una tradición parcial que hace de estos acontecimientos una especie de entrada triunfal sin ninguna resistencia dado el carácter cobarde de los derrotados. Está claro que no fue Belchite, y mejor que así fuera, pero tampoco un paseillo de tarde de toros. Sin duda Artieri, en sus líneas finales ya animaba esta visión sesgada.
En fin, muchas más son las cosas que dejamos fuera de estos breves comentarios, aunque no queremos dejar escapar la rocambolesca interpretación de Artieri sobre la antigua balsa de agua que había en la entrada occidental de Caspe y que según él servía para macerar suponemos que muchas, pero que muchas olivas.
Giovanni Artieri entrando sobre un tanque en Alcañiz como reportero.
Fotografía La Stampa.
Salvador Melguizo
CASPE SAQUEADO POR LOS ROJOS EN FUGA
Caspe, 17 de marzo.
De uno de nuestros corresponsales
Éste es el relato de los últimos momentos de la batalla en torno a Caspe: duró desde las tres de la mañana hasta las cuatro y media. Después no hubo más lucha, la ciudad fue ocupada por las tropas de la Quinta División de Navarra, que se batían desde hacía tres días frente a las casas abandonadas y las filas de trincheras en los olivares que rodean la capital del Bajo Aragón.
Vista de Caspe muy similar a la que disfrutaba Artieri y el general Sánchez desde su atalaya en 1937, pero realizada unos años antes, en 1931. Revista Mundo Gráfico.
Nos encontrábamos sobre una colina rocosa que ofrecía una vista completa de toda la ciudad. Estaban allí los teléfonos y el puesto de mando del general Sánchez, a trescientos metros de la estación, a doscientos de la carretera junto a un edificio llamado el «depósito de agua», una especie de cisterna de unos cincuenta metros de diámetro, que se utilizaba para la maceración de aceitunas durante la recolección. Alrededor de este lugar se había parapetado un batallón de la XV Brigada Internacional y estaban disparando los malditos. Las balas llovían sobre la cima de la colina donde lo atestiguamos con el general Sánchez.
Hay ocasiones en las que incluso un general ha de tirarse a tierra, y al amanecer de ese día esto ocurrió en varias ocasiones. Los internacionales del «depósito de agua» habían enviado patrullas hacia la carretera con ametralladoras, para tratar de avanzar entre la colina y la estación, para completar el cerco de dos compañías de requetés. Fueron los sitiados el Tercio de San Miguel y Tercio Mola.
La estación de Caspe no está, como en otras ciudades de España, a varios kilómetros del centro. Se puede llegar fácilmente a ella, tanto como a la Plaza Mayor como al Hospital Militar, que es un viejo castillo no muy lejos del río Guadalope; el resto de la ciudad se encuentra a la mano derecha, aglomerándose en las laderas de la Sierra de San Justo [sic].
La situación anoche fue la siguiente: el hospital ocupado, capturada la estación, también tomadas las casas y el cementerio al lado de los bosques de olivos.
Se procedió a romper el sitio alrededor de la estación y erradicar a los internacionales del «depósito de agua». Estos últimos habían quedado prácticamente al descubierto -el depósito se encuentra fuera de la ciudad- enfrente de la villa del gobierno militar. Estaban detrás de la pared circular del edificio y, como dije, tratando de abrirse paso hacia el cruce de los caminos Gandesa-Azaila, pero no estaba claro si para aislar a los navarros en la estación o para enfilar la carretera de Gandesa, todavía libre para ellos. En la cuneta a la derecha del terraplén, los internacionales lucharon ferozmente. Era tropa fresca de la brigada XIV y XII, que llegó ayer a Caspe de Zalamea de la Bereña [sic] en el frente de Extremadura.
Un púlpito extraño
Dos brigadas internacionales más estaban en Caspe: la XIII y XV, llegadas de Madrid, pero no daban muchas señales de su presencia. Dispersas entre la maleza espesa de olivares, ya hacía dos días que el general Sánchez había lanzado un terrible ataque con fuego de artillería, juzgando inútil enviar infantería para atacar en ese bosque, lo que causaría una larga lucha, dada la gran cantidad de hombres escondidos en las trincheras y detrás de los troncos de los árboles.
Por otro lado los muchachos del San Miguel y el batallón Mola atacaron con fuerza, para resolver su situación. Durante treinta y dos horas vendieron cara su vida, tenían hambre. En las oficinas de la estación había encontrado buenos parapetos en las ventanas, desde las que disparaban a los internacionales de la carretera. También eran dueños de la torre del semáforo, que igualmente está bien protegida con una parte superior de ladrillo pequeño, un extraño púlpito desde el que hablaba la ametralladora, y que mantuvo a raya al asalto disperso del enemigo. El fuego de éste procedían de las casas de la Guardia de Seguridad, y estaba apoyado por el de un tanque que, oculto entre los olivos, trataba de acertar disparo tras disparo, en el semáforo y en la estación. Toda la noche intentaron completar el cerco y masacrar a los trescientos requetés asediados.
Pero el intento de los internacionales se convirtió pronto en humo y la estación fue liberada. Bajo los muros del depósito y antes en el tramo de carretera desde el cruce de Gandesa hasta el hospital, los boinas rojas consiguieron establecerse con terrible furia. Se trataba, entre otras cosas, de impedir que sus compañeros quedasen sin salida.
Spanischer Bürgerkrieg. Aragonien, Strasse Caspe – Maella.
Bundesarchiv.
Sea bienvenido el contacto con los internacionales, ha causado la muerte de un centenar con una rapidez increíble. Entre la incierta luz escudriñan las sombras inquietas que intentan ocultarse en la cuneta y detrás de las paredes, disparando alto, a la cabeza, con las ametralladoras.
La lucha duró todavía unos veinte minutos. Aquí y allá, en las calles llenas de ruinas y alrededor del castillo, enorme depósito de municiones no desalojado, oímos el sonido de los disparos.
Las llamas surgieron de una casa en la plaza, era una tienda transformada por los rojos en depósito de gasolina, tal vez incendiada por una bala perdida. Y este fuego que poco a poco se hizo más fuerte, en su crepitar era la única voz presente.
¡Qué quedaba de los defensores de Caspe! Escasísimos disparos de fusil rompían el sepulcral mutismo de las calles.
El teniente coronel Pueyo del estado mayor, para darlo todo por zanjado, entró en un carro de asalto y se puso a recorrer las calles. No encontró alma viva. Los batallones San Miguel y Mola llegaron, se dirigieron al castillo, llegaron al otro lado del Guadalope y, en Caspe, no ha habido más la lucha.
Después llegó el general Sánchez, que fue a arrodillarse en la escalinata de la iglesia destruida de Santa María Maggiore, como voto.
Entrada de las tropas golpistas por las calles de Caspe.
Fotografía Biblioteca Nacional. Madrid.
Publicada en: Cenarro, A y Pardo, V. (Coord.) Guera Civil en Aragón. 70 años después, Zaragoza, 2006.
«A Barcelona»
Caspe fue saqueada por los altos funcionarios comunistas y milicianos, que decidieron abandonar la ciudad, hicieron desalojar la población civil hace tres días. Algunas decenas de personas estaban escondidas en sótanos y al parecer la mayoría de los aldeanos se mantuvieron dispersos entre las tierras circundantes. Pero en todas las casas, donde se encontraban todavía restos considerables de los despojos ya realizados por los comunistas, se habían dejado intactos los bienes, muebles, ropa de cama, e incluso las herramientas de la cocina, a la salida de los civiles.
Es evidente que la organización de los saqueos ya realizados en Teruel, se repite aquí.
Salieron de los sótanos, cuando el sol estaba alto y no se escuchaba más que el cañoneo distante, unas pocas mujeres vestidas de negro, algunas de ellas con una niña de la mano, agarrando una muñeca. Un anciano horriblemente marcado por el hambre pedía pan a los soldados, y le dieron unas naranjas.
Querían contarles sus sufrimientos, las atrocidades cometidas por los anarquistas, la crueldad del gobernador de Aragón, Joaquín Ascaso, y otras historias exaltadas, que son iguales en todas las partes de estos pueblos y ciudades que vamos liberando.
La ruina de Caspe, por lo que yo he visto, ha sido completada por las manos de los comunistas, antes de la fuga.
Destruyeron todo e incluso la imprenta de su periódico Nuevo Aragón. Pero alrededor de la ciudad fueron enterradas todas las esperanzas que los rojos habían depositado en las Brigadas Internacionales. La 12ª, la 13ª, la 14ª y la 15ª han sido destruidas o se encuentran muy maltrechas. Estas tropas, solo susceptibles de ser reconstruidas, ya no existen.
El Capitán General Juan Bautista Sánchez saluda militarmente a María Eva Duarte de Perón.
Zaragoza, 21 de junio de 1947.
Fondo fotográfico del Ayuntamiento de Zaragoza. Archivo Municipal.
Los prisioneros hechos -en gran parte franceses y belgas- han confesado que no hay mas escapatoria para el gobierno de Barcelona. Por otro lado, con la caída de Caspe, la liberación de Montalbán, Alcañiz, y la seguridad dada al tráfico entre las carreteras que unen estos centros, el Ejército nacional por su gran poderío, puede marchar hacia el Mediterráneo por la ruta más corta.
El general Bautista Sánchez, después de su visita a Caspe, me dijo que en menos de un mes, acabado el frente de Aragón, podrá llevar su «boina roja» por Barcelona.
Y allí quedamos
Giovanni Artieri