«La realidad es un cubo. Y tú tampoco puedes verlo completo»
– Odio a los políticos.
– Hombre, a nadie le caen bien los políticos, pero de ahí a odiarlos, no te pases.
– No, señor, no me paso. Estoy de acuerdo en que los demás no les tengáis simpatía. Yo, sin embargo, los odio. La diferencia está en los argumentos: yo tengo argumentos y vosotros no.
– Tú lo que no tienes es abuela. A ver, ¿por qué los odias? ¿por qué sabes más que nosotros? ¿cuáles son tus argumentos? Si puede saberse, claro.
– Claro que puede saberse. Hay muchos motivos, pero basicamente me quedo con uno y es que siempre se apuntan a caballo ganador.
– Como tú.
– No siempre. Yo acompaño a los caballos ganadores, de acuerdo, pero de vez en cuando y conforme a mis posibilidades, también los creo. Ellos no los crean nunca. Y eso me repatea, porque tú te llevas todo el trabajo y ellos la foto, como si hubiesen parido la idea. Te reparten tus dineros como si fuesen suyos. Y lo malo, lo peor, es que no acaban respetando los espacios, tus espacios.
– ¿Perdón?
– Sí, un ejemplo: el Mas de la Punta, ¿vale? Aquello era perfecto hasta que aparecieron ellos. Ibas allí con tus colegas, buscabas un buen rincón, montabas tu chiringuito, cenabas, reías, bebías, sacabas la guitarra, rondabas, la noche en vela, de campamento en campamento, o en el tuyo viendo pasar a las peñas, abrigados como cebollas todos. A dormir a las tantas, como se podía en las tiendas de campaña, en los coches, al raso incluso, aunque no fuese muy recomendable. Vamos una noche de campo con tus amigos. Una noche distinta.
– Me planteas un escenario bucólico… ¿y ellos qué pintan en tus noches de borrachera?
– ¿Que qué pintan? ¡Todo! O nada, según se mire. Lo que te digo: estábamos allí tan tranquilos, a nuestro rollito y de repente no sé quién tuvo la brillante idea de vernos, por un agujerito o por donde fuera. Vieron el 30 de abril y dijeron «aquí hay votos» Y se fueron a buscarlos. Porque esa es una cuestión indiscutible: ellos nunca reconoceran que lo hacen por votos, sea o no verdad, así que sobre eso no se puede discutir: yo lo veo así y ellos no.
– Ya te estás enrollando…
– ¡Es que me sacan de quicio! A lo que iba: vieron lo que pasaba el 30 de abril y dijeron: «al tajo» y nos trajeron música: montaron un escenario, tocaron los flequillos, aparecieron los de la Zona, montaron mil barras, pusieron mil precios y todo se jodió.
– Amén
– Sí, a menudo llueve. Lo que era la mejor noche del año, con la excusa de «lo que pide la gente» la convirtieron quizá en la peor. Todo pasó a consistir en un «Vamos a cenar rápido que tenemos que ir al centro, que hay verbena, y coged dineritos que allí venden whiskitos y podremos cagar en tacitas y si cenamos poco, nos venderán salchichitas y podremos recenar también y almorzar si nos parece bien: olvidaros de haced vuestros huevos fritos con ajos tiernos, olvidaros de pasar a pedir café a los del campamento de al lado, que está mi primo, que nos lo tomaremos en la zona a cien peseticas, o a euro, qué más dá, qué ancha es castilla cuando yo pongo la idea y pagas tú. Y a las tantas de la mañana, de día, iremos a recibir a los abuelos y a los niños, a las de la asociación de mujeres y los de la UGT y los otros, a la alcaldesa y a los concejales y nos juntaremos todos en el mismo espacio, borrachos y ex-alcohólicos, ¡como si eso hiciera mucha falta!» Antes no nos cruzábamos los del 30 de abril y los del 1 de mayo y nadie lo reclamó.
– No sé si tienes razón o no, pero desde luego te veo convencido. E irritado.
– Profundamente. Es que el único día que nos podemos alejar de la zona, que le podemos dar un respiro a nuestras carteras, nos la traen allí.
– Pero eso son los baristas.
– Porque los otros trajeron la música y porque consintieron. Que antes ya estábamos bien con los de la Estrella, que se ponían por el día. Esos sí que tienen mérito, no los otros, que van como buitres. Y me niego en redondo a gastarme más de lo que me toca poner por ir al campo. He oído barbaridades de lo que se han gastado algunos. Y la culpa, repito alto y claro, es de los que nos trajeron una música que nunca, nunca pedimos. Y sin olvidarnos de la situación que provocan aquellos de nosotros que no saben retirarse a tiempo y con su lamentable imagen se dedican a recibir a los que vienen de casa, serenos, con sus nietos y su pensión recién cobrada. Situación provocada por el hecho de que ahí esté la Zona, el Centro, como lo quieras llamar, que antes cada cual acababa escondido en cualquier rincón, nunca a la vista de cualquiera. Y el 30 de abril y el 1 de mayo no se encontraban.
– Pero la culpa, en el fondo, es tuya: tú eres el que vas al Centro y el que recibe a los autobuses sindicalistas que vienen a luchar en el palo enjabonao.
– Ya, si yo no lo hago, pero nos conocen, saben que somos débiles y al final todo el mundo acaba picando y llevando dineritos allí y yendo al Centro. Y aún te voy a decir más: con todo, ¿sabes que más trajeron?
– Sorpréndeme…
– ¡A la guardia civil!
– …
– Así que esto, en parte, es por lo que odio a los políticos, porque no saben respetar nuestros espacios, porque se meten en ellos y nos los corrompen, porque no nos dejan en paz nunca, porque se apuntan el tanto y cuando esto comience a fallar se irán los primeros.
– Macho, no sé si pedirte más razones…
– Te las daré. El sábado que viene, que este se me ha hecho tarde.
Daniel Baquer