Cada vez con más frecuencia, y pienso que puede ser cosa de la edad, echo la vista atrás para comparar como era el Caspe de mi infancia y como es ahora. Aunque me parezca mentira, y desde la perspectiva que me da la distancia, siempre llego a la misma conclusión: que poco hemos cambiado en Caspe. Y lo peor es que tampoco veo síntomas de cambio a corto y medio plazo.
Cada vez que leo sobre aquel Caspe industrial de la década de los 30 con una flor01eciente industria local potenciada por el ferrocarril, con emprendedores locales y foráneos que aprovechaban eficientemente los productos de la tierra, y que en aquel momento ya habían apostado por lo que hoy se denomina industria agroalimentaria, me pregunto con nostalgia ¿qué hicieron aquellos políticos y aquella sociedad caspolina para crear un clima que permitía la inversión e innovación en una localidad aislada y con escasas ventajas logísticas y comerciales?
Si entre el Caspe de los “sesenta”, rural y de economía de subsistencia había brecha con las “cities” de aquel momento, en la actualidad, esa brecha, lejos de reducirse se ha incrementado. El problema no es porqué hemos llegado a esta situación, que también, sino que ni siquiera nos lo hemos planteado como sociedad. Consecuentemente, ¿cómo vamos a encontrar la solución a un problema si no nos planteamos siquiera que tenemos el problema? ¿Qué tenemos que hacer para huir de esta dinámica decadente y destructiva en la que estamos inmersos?
Estamos instaurados en la autocomplacencia y el victimismo que nos hace creer que la culpa la tienen los otros, actitud que nos inclina a plantear los problemas con una actuación reactiva frente a lo que en buena lid sería más positivo que es plantearlos desde un prisma proactivo. ¿Y cuál es la principal diferencia de ambos comportamientos? Desde mi punto de vista, si eres proactivo, de la escasez obtienes provecho y beneficio, priorizas lo que te une sobre lo que te diferencia, y del dialogo creas las sinergias que te permiten alcanzar los objetivos marcados. Por el contrario, cuando eres reactivo esperas a que te solucionen los problemas los demás. Buscas lo que te diferencia, creas un clima de crispación y te escudas en el de enfrente para encubrir la miserias propias. Consecuencia inmediata es que todo se queda como estaba. El objetivo no es liderar el cambio, sino como mucho, mantener el “status quo” reinante. Y este es mi Caspe actual, escuchando las mismas frases que en mi niñez y que en mi juventud.
“La culpa de que no vengan empresas es de una mano negra…”
“Estamos negociando con varias empresas para localizarlas en Caspe…”
“Caspe tiene de todo…”, “La culpa la tienes tu…”
“Solo favoreces a tus amigos…”
“Y tú más…”
“Caspe Turística, El Mar de Aragón motor de crecimiento, La del Compromiso…”
Llevamos más de 50 años discutiendo de lo mismo, sin avanzar, y mientras tanto, nuestros hijos emigrando por falta de oportunidades. Y lo que es peor, la sensación, cuando no confirmación, de que el objetivo de la mayoría de los jóvenes de Caspe es irse del pueblo aunque tengan posibilidades de establecer un negocio ahí. ¿Nos hemos preguntado por qué?
Señores políticos, ahora que van a empezar a salir a la calle, a mendigar el voto, a congraciarse con sus convecinos, a maldecir al de enfrente, a prometer imposibles, háganse las siguientes preguntas: ¿Estoy en política para servir a aquellos que represento? ¿Quiero que Caspe cambie, que tenga otro aire, que invite a ir y a quedarse a vivir? Si la respuesta es Sí, adelante y, acierten o yerren. Tendrán la comprensión de sus representados. Si están por cualquier otra cosa, por favor, quédense en casa. Nos harán un favor.
Y como nadie estamos libres de culpa y todos somos parte de la solución y del problema, reflexionemos diez minutos sobre este proverbio árabe: La primera vez que me engañes, será culpa tuya; la segunda vez, la culpa será mía.
Manuel García