Recuerdo perfectamente aquel día; era una mañana de marzo cuando llegó a mis oídos la frase que nunca habría querido escuchar. Nos vamos.

Había llegado la hora de abandonarlo todo y llevar mucho menos de lo imprescindible. Era el momento de olvidarse de la ropa de mudar, de las sábanas bordadas, de la cubertería de la abuela, de los recuerdos. Despídete de tu hogar.

Comenzaba el viaje más amargo, el trayecto en el que todo quedaba atrás. El camino que me llevó hacia donde nunca quise ir. Maldigo ese día en el que dejé el pueblo que me vio nacer.

Las calles ya no tenían nada que ver con aquellas por la que paseaba meses atrás: casas derrumbadas por los las bombas; cables colgando de fachadas reventadas, e incluso cadáveres que fueron sepultados bajo polvo, cascotes, y tierra sucia. La muerte se paseaba por las calles de la villa compartiendo espacio con gentes apresuradas que cargaban lo que podían. Abandona tu vida.

Rostros que dibujaban el infortunio de la derrota, caras marcadas por el miedo. Temor a la previsible represalia: haber sido militante de un partido, tener al marido afiliado a la UGT o al hijo luchando con la República, fue suficiente. Los disparos suenan cada vez más cerca.

Las casas se vaciaron de gente y los caminos se llenaron de miedo. Aunque no todas las huidas fueron iguales: algunos sabían bien que se iban solo por unas horas; llevaban esperando ese momento desde hacía más de 20 meses. Por fin llegaban los otros, los suyos. Hubo quienes aguardaron el día de la “liberación” sin pretender venganza alguna. Otros, agazapados como animal que acecha a la presa que queda al final de la manada, pensaban impacientes en el ajuste de cuentas. Llegaron las horas en las que los buenos creyentes manifestaron lo ambiguo de su condición apuntando con su dedo al que sabían inocente. Volverá lo peor de la condición humana.

Cientos, los más afortunados, se cobijaron en torres de familiares en las partidas donde no hubo combates. La fatalidad quiso que otros huyeran hacia la zona equivocada. Los que se convirtieron en accidentales huéspedes del frente de batalla, vieron más que nunca cómo en unos días la guerra se les vino encima con toda su crudeza. Correr, abandonar a tus compañeros, ponerte a salvo. Cuando los soldados de la República dejaron de huir, los fusiles volvieron a escupir fuego hacia el Oeste. Luego llegaron los temidos moros. Las mujeres temblaban solo con oír sus nombres. No quiero recordarlo.

Nadie fue capaz de detener la frenética marcha de los nacionales desde el 9 de marzo; fue allí, durante unos días, donde unos pocos lograron contener el avance de muchos. Resistieron parapetados al otro lado del río. Los brigadistas, extenuados, lucharon por su vida. Sabían bien qué les esperaba si los capturaban. No hubo piedad para ellos.

La carretera hacia Cataluña fue como un caudal de gentes y lamentos. De vez en cuando, los aviones italianos soltaron su carga mortífera. Ni siquiera hubo tiempo de enterrar a los que cayeron.

Aquellos días fueron interminables: reventarse los pies caminando hasta Barcelona, malvivir allá durante meses, más hambre, más bombas, más refugios, de nuevo huída hacia la frontera…Y al otro lado, familias separadas y recluidas en lugares tristemente famosos: Argelès-sur-Mer, Vernet, Septfonds, Saint-Cyprien y Barcarès…cientos de miles. Lo peor todavía no había llegado.

Nuestros padres y hermanos, derrotados, prisioneros en la «Nueva España», pagaron el precio de haber creído en la libertad. Plazas de toros, campos de fútbol, playas, cualquier lugar sirvió para purgar las culpas de aquellos que apostaron por la legalidad de las urnas. Franco demostró al mundo que la guerra no acabó el 1 de abril de 1939: 30.000, 40.000, 50.000 ejecutados….me estremezco al pensar en todos ellos. Llegó la “paz” de los vencedores.

Hoy, desde este pueblo de Francia en el que empecé una nueva vida, el viento del sur me trae el recuerdo de quienes dejaron todo atrás, de los que perdieron la guerra, de los que cayeron, de los que nunca volvieron.

Levanto mi puño por todos ellos.

Amadeo Barceló

Occitania

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