A comienzos de 1939 la Guerra Civil estaba sentenciada. Cientos de miles de republicanos, sospechando con tino que el final del conflicto no traería la Paz, abandonaron España durante los últimos estertores de la guerra. Resignados, marcados muy de cerca por la sombra de la muerte, labradores y arquitectos, médicos y jornaleros, comandantes y soldados, acabaron hacinados, maltratados y ateridos por el frío al otro lado de los Pirineos. Y allí iniciaron una nueva guerra, esta vez tras las alambradas: se enfrentaron al rigor del invierno, las enfermedades, la escasez de alimentos y el severo trato de las tropas francesas.
Ramón Tobeñas Cirac había formado parte de Izquierda Republicana. Un tiempo después no solo se afilió a la CNT, sino que ocupó un cargo de cierta importancia en la Colectividad de Caspe. Quizá fue también combatiente republicano, pues aunque su familia no tiene constancia de ello en el Archivo de Salamanca se conserva su carné de miliciano)[1]. Meses más tarde, ante el avance de las tropas franquistas emprendió el camino del exilio: en 1938 dejó Caspe y muy probablemente a comienzos de 1939 cruzó la frontera para salvar el pellejo. Pero Tobeñas no estaba hecho para vivir como un cordero y pronto dejó atrás el redil: tal y como consta en los archivos de Aix-en-Provence fue uno de los miles de españoles que, para salir de los campos, optó por alistarse en la Legión Extranjera[2]. Muchos años después Irene supo lo que le pasó por la cabeza a su abuelo cuando tomó aquella decisión: “si volvía me fusilaban, y para morir allí de hambre o de mierda prefería que me matasen en cualquier frente”.
Entre tanto, las cosas iban todavía peor para Prudencia Bel Marco, esposa de Ramón Tobeñas. Todo parece indicar que la caspolina también había abrazado los credos libertarios durante la guerra. Pensando que estaba libre de pecado Prudencia no dejó su pueblo en marzo de 1938, cuando los franquistas tomaron Caspe. Se equivocó. Pronto, como miles de españoles, comprobó cómo se las gastaba Franco. Las vejaciones, los saqueos, las purgas con aceite de ricino y los cortes de pelo al cero de los primeros momentos dejaron sitio al desprecio, la penuria, las incautaciones, la depuración laboral y la Ley de Responsabilidades Políticas por las que se castigó económicamente a cientos de miles de «rojos». El simple hecho de haber simpatizado con el Frente Popular o de ser familiar de un soldado republicano fue constitutivo de delito. Y eso no fue lo peor: el Estado de Guerra -vigente hasta 1948- permitió actuar con total impunidad a la dictadura. Los “enemigos de la Patria” cayeron en manos de la temible justicia militar a través de los Procedimientos Sumarísimos. El régimen inició la caza del adversario político sin precedentes en la Historia de España. Más de 50.000 personas fueron asesinadas a sangre fría en los años posteriores al fin de la guerra.
No hubo olvido ni perdón para Prudencia. Aunque en casa creyeron que su detención guardaba relación con las actividades de su marido, lo cierto es que a Prudencia Bel la acusaron de ser parte activa en la denuncia que, emitida ante la oficina de investigación del Consejo de Aragón, acabaría costando la vida a Tomás Cortés Albesa el 2 de febrero de 1937[3]. La madre del ejecutado diría de ella que “con gritos y voces formó una manifestación roja para que detuvieran a un hijo suyo que estaba escondido”. Falange no se quedó atrás: “durante la dominación roja tomó parte en el asesinato de Tomás Cortés y amenazaba a las personas que querían favorecerle”. El Ayuntamiento de Caspe no fue mucho más benévolo con sus informes y, finalmente, Prudencia Bel, juzgada por un tribunal militar reunido en el Ayuntamiento de Caspe, fue penada con 20 años.
Prudencia Bel fue conducida a la Cárcel del Partido Judicial de Caspe, el viejo Castillo del Compromiso. No mucho después, ante la atenta mirada de sus hijos que acudieron a despedir al tren que la llevaría hasta Zaragoza, se la llevaron para encerrarla la Prisión Provincial de Torrero. Probó también las rejas de Guadalajara, donde, harta del cautiverio y sin tener noticia alguna de su marido, pensó tirarse por el puente abajo a su llegada. Entre tanto, la madre de Prudencia, Pilar, quedó a cargo de los cuatro hijos del matrimonio: Manuel, Pilar, Carmen y Romualdos. Pilar era viuda pero consiguió sacarlos adelante a pesar de las dificultades. Irene recuerda lo que contaba su abuela: el pequeño Romualdos exclamó en alguna ocasión: “máteme abuela, pero no me deje sin cenar”.
Mientras Prudencia se pudría en la cárcel el joven libertario caspolino volvía a hacer lo que mejor sabía: plantar cara al fascismo. En noviembre de 1942 las tropas anglo-estadounidenses desembarcaron en Marruecos y Argel. La ofensiva fue un éxito: en pocos días las posesiones francoafricanas pasaron a manos aliadas; miles de hombres –buena parte españoles-, se sumaron por ello a las fuerzas aliadas. Y a pesar de que su familia conoce muy poco de las andanzas de Tobeñas durante aquellos años, algunos escritores aragoneses han podido seguirle el rastro. Luis Antonio Palacio contó en su libro La Nación del Olvido (2010) que:
“La liberación del norte de Africa marcaría el comienzo de una nueva etapa en la historia de la participación de los republicanos españoles en la Segunda Guerra Mundial. En los meses que siguieron a la llegada de los aliados cientos de los refugiados que permanecían retenidos en las GTE y los campos de concentración se enrolarían en las fuerzas aliadas, sin olvidar a los muchos que desertarían de las unidades de la Legión estacionadas en el AFN para incorporarse a otras unidades con las que se sentían mucho más identificados.
“Sólo entre los meses de abril y octubre de 1943 se contabilizaría el enrolamiento en las unidades aliadas de 300 españoles procedentes de la Legión -donde sumaban en torno al 30% de los efectivos- o los RMVE. La mayor parte de ellos se enrolarían en una unidad recién creada, los Cuerpos Francos de Africa (CFA) mandados por el general Montsabert, o en la 361ª Compañía de los Pioneros Británicos. Eso no pondría fin a los enrolamientos en la Legión Extranjera: entre los nombres de quienes se alistarían en esa unidad después del desembarco aliado cabría contar a aragoneses como Joaquín Viu Latre, Angel Torralba Beltrán o el caspolino Ramón Tobeñas Cirac”[4].
Pero muy pronto Tobeñas abandonó la Legión para vestir el traje de paracaidista. Y sería entonces cuando su destino se cruzaría con el de Bernad Law Montgomery, quien entablaría contra E. Rommel en El Alamein uno de los enfrentamientos más legendarios de la Segunda Guerra Mundial.
Su etapa junto a Monty había quedado muy atrás cuando, Ramón Tobeñas, ya convertido en un perfecto inglés, accedió a ser entrevistado por el periodista aragonés Alfonso Zapater. Corría el año 1969 cuando el veterano combatiente del 8º Ejército Británico en África -184 españoles formaron parte de él- compareció ante los lectores de Heraldo de Aragón. El también periodista aragonés Mariano García recuperó en 2010 para el blog “Tinta de Hemeroteca” la entrevista (http://blogs.heraldo.es/tinta/?p=3009) de la que extractamos estas frases:
Tobeñas: -Monty era un hombre inteligente y enérgico, a pesar de lo poco que aparentaba.
Zapater: -¿Qué trato recibieron de Montgomery?
-Lo queríamos mucho y estábamos con él.
-¿Dónde tuvo ocasión de conocerlo más de cerca?
-En Argel.
-Estábamos en Francia -dice- y fuimos trasladados a un campo de concentración en el norte de África. Nuestras condiciones de vida eran pésimas. Entonces desembarcaron los aliados y nos propusieron enrolarnos con las tropas del mariscal Montgomery a cambio de nuestra liberación. Yo pedí condiciones. Prometieron ayuda monetaria a mi familia. Seguridad de cara al futuro.
-¿Y fueron muchos españoles que aceptaron?
-Todos los de mi compañía.
-¿Frentes de operaciones en los que estuvo presente?
-En Orán, Argel, Túnez y parte de Alejandría. También había otra compañía formada por portugueses. Cuando finalizó la guerra, todos fuimos a Inglaterra. Montgomery lo ordenó así. El VIII Ejército nos dispensó especial trato. Veló por nosotros, como si de una madre se tratara.
-Embarcamos para Inglaterra el 17 de octubre de 1944, para llegar a Glasgow tres días más tarde.
Cuando Ramón Tobeñas colgó el uniforme pasó por la industria textil, trabajó en la construcción, en la automoción, fue carpintero, se ganó la vida gracias a tareas de mantenimiento… “era un manitas”, tal y como recuerdan sus nietas Elena e Irene. Hombre de pocas palabras y nada dado a atribuirse méritos, no contó mucho sobre su participación en la Segunda Guerra Mundial. De lo poco que su familia sabe al margen de lo que le sacó Zapater es que pisó, unos días después del desembarco del histórico 6 de junio de 1944, las playas de Normandía junto a Montgomery.
Mientras Tobeñas se licenciaba su esposa Prudencia cerraba también otra etapa. Y si su marido, hombre introvertido y modesto, no solía abrir la caja de sus recuerdos, también Prudencia intentó dejar atrás su vida como inquilina de las cárceles del peor franquismo. Raras veces hablaba de ello, pero en algunas ocasiones no podía evitar remontarse a sus años en presidio, como cuando recordaba la tortura psicológica que soportaban las reclusas a las que atormentaban amenazándolas con maltratar a sus hijos o incluso con robárselos.
Con Prudencia Bel y Ramón Tobeñas separados, viviendo en mundos distintos, las cartas fueron su única comunicación durante un tiempo. Él consiguió enviar dinero a su familia gracias al cónsul inglés. Transcurrieron años hasta que las miradas de ambos pudieron volver a cruzarse. Prudencia se reunió con su marido al otro lado del Canal de la Mancha, pero no se adaptó a aquel clima tan frío y húmedo -que llegó a mermar su salud- y pronto emprendió el camino de vuelta. Él no podía regresar a España por motivos políticos, con lo que se vieron abocados a vivir separados.
Corría la década de los 50 cuando Ramón ofreció a sus hijos marcharse con él a Inglaterra, vivir libres, sin estrecheces, sin estigmas. Pero Manuel y Carmen ya festejaban y decidieron que su sitio estaba aquí. Los otros dos hijos del matrimonio, el pequeño Romualdos y la joven Pilar, accedieron y cambiaron Caspe por Cardiff. Pilar ya no era una niña pero no estaba hecha para vivir en aquella España. En Inglaterra contrajo matrimonio, tuvo familia, fue libre. Por su parte, Manuel y Carmen tardaron 22 años en ver de nuevo a su padre. En aquel encuentro entre desconocidos se vieron obligados a establecer un código previo para reconocerse. Se reunieron en Francia porque Ramón Tobeñas todavía no podía volver a su pueblo.
A finales de los 60, por fin, Tobeñas regresó a su casa. Primero esporádicamente y un tiempo después de manera definitiva. Muchos caspolinos todavía recuerdan a aquel tipo elegante que leyendo la prensa inglesa perturbaba la rutina de los vecinos del barrio del Plano. No solo no renunció a la ciudadanía de su país de acogida, sino que se convirtió en una suerte de lord inglés que compartía con su compañera las tareas familiares; armado con sombrero y bastón solía dejarse ver paseando por las calles que se vio obligado a abandonar treinta años atrás. Sus nietas le recuerdan como alguien extremadamente meticuloso, pulcro, ordenado y amante de la puntualidad inglesa. Todos los días, a las 5 en punto, tomaba el té, a cup of tea.
No fue demasiado tarde para ellos. Ramón Tobeñas y Prudencia Bel rehicieron su vida porque compartían mucho más que unas arras y cuatro hijos. El 23 de febrero de 1981 el pasado vino a visitarlos: como tantos miles de españoles pasaron la noche en vela temiendo que la “gente de orden” se acordase de ellos y fuese a ajustarles cuentas . Pero ya nada podía vencerlos. Tenían algo entre ellos que ni la Guerra Civil, ni la cárcel, ni la Segunda Guerra Mundial, ni el franquismo, ni el exilio, habían podido vencer. En su retiro caspolino envejecieron y fallecieron. Ramón en mayo de 1996. Cinco meses después lo hizo Prudencia. Tampoco la muerte los separó. Los restos mortales de ambos descansan, unidos, en el Cementerio de Caspe.
Amadeo Barceló
Mi agradecimiento a Irene Latre y Elena Tobeñas, nietas de nuestros protagonistas, por los datos y fotografías facilitados.
Notas:
[1] CDMH, PS Aragón 20 y PS Serie Militar 1172.
[2] Unos 8.000 españoles se alistaron en la Legión Extranjera. Con la Segunda Guerra Mundial ya en marcha otros 6.000 firmarían su ingreso en los Regimientos de Marcha de Voluntarios Extranjeros.
[3] Tomás Cortés Albesa [27 años, soltero, chófer] tras la sentencia del 31 de enero de 1937, el Tribunal Popular, acusándolo de Rebelión con agravantes siendo sentenciado a pena de muerte. Además de ello debía indemnizar al estado con 50.000 pesetas más las costas del juicio.
[4] D.A. Gouvernement Géneral d’Algerie, Cabinet, Carton 9H 115, Principes concernant les camps, CAOM en Luis Antonio Palacio Pilacés, La nación del Olvido, Gobierno de Aragón, 2010, p. 222.