Nunca preparo las entrevistas. No es que improvise. Siempre intento conocer el terreno que piso pero prefiero que el entrevistado vaya marcando el camino antes que cercarle con una batería de preguntas preparadas. Esta vez, en cambio, sí que lo hice. Sabía que iba a tener poco tiempo y que tendría que ir al grano. Sabía también que el entrevistado andaba sobrado de palique y que si no lo ataba corto se me acabaría escapando vivo. Alejandro Cao de Benós de Les y Pérez visitó Zaragoza a mediados de marzo pasado. El salón de actos del Colegio Mayor Pedro Cerbuna se quedó pequeño para recibirle. Resulta difícil calcular el número de asistentes pero seguro que eran más de doscientos, en su mayoría universitarios, los que escucharon durante más de dos horas como el Delegado Especial Honorario de Corea del Norte y Delegado Especial del Comité de Relaciones Culturales con Países Extranjeros desgranaba las muchas razones que le han llevado a trabajar para el Gobierno del país más impenetrable de la Tierra. Una hora antes de la charla, Alejandro Cao de Benós recibió a varios medios aragoneses. Uno de ellos fue El Agitador. Tengo que dar las gracias por ello a mi compadre Alberto Gamarra.
Cuando llegué al salón vacío y casi en penumbra, Alejandro Cao de Benós ya había iniciado la entrevista con el otro medio con el que tenía que compartir la media hora que se nos había concedido. Me senté en el suelo frente a él. Vestía camisa clara y chaleco sin mangas de punto oscuro sobre el que destacaba un pequeño pin rojo con el rostro sonriente del “amado líder” Kim Il Sung. En principio se trataba de compartir el tiempo pero pasaban los minutos y el representante del otro medio no hacía ademán de facilitarme la tarea. Parapetado tras un paquete de folios en el que podía adivinar una larguísima lista de preguntas, se limitaba a seguir el programa que se había trazado sin tener en cuenta a nadie más. Los minutos pasaban mientras un muy profesional Delegado Especial Honorario de Corea del Norte se limitaba a ocupar su lugar al fondo de la pista y devolver cómodamente las bolas que le lanzaba su oponente. La situación de los homosexuales en Corea del Norte y la actividad de los colectivos de gays, lesbianas y transexuales. Bien, gracias. La política hidráulica y medioambiental del Gobierno de Corea Del Norte. Muy bien, también. El brutal bloqueo de los norteamericanos. Horroroso e injusto. El armamento nuclear. Imprescindible. El ocio de los norcoreanos. Maravilloso, y muy saludable. La política de vivienda. Magnifica. La situación económica. Genial. Pero ni una pregunta sobre Alejandro Cao de Benós. Quien es él. En qué lugar se enamoró de Corea del Norte. A qué dedica el tiempo libre…
Y entonces, después de tomar varias fotografías, de gesticular silenciosamente, de resoplar con fastidio y de consultar varias y ostensibles veces el reloj, decidí ocupar mi sitio en la conversación… Obviamente, en esas circunstancias, de nada iba a servir la lista de preguntas que, por una vez, había preparado.
Mucho más que la realidad de Corea del Norte, me interesas tú como persona. Me fascina que una persona de una edad aproximada a la mía, nacida en una ciudad próxima a la mía, en unas coordenadas culturales y sociales parecidas a las mías, una persona que, en definitiva, podría ser yo mismo, forme parte del Gobierno de un país que se me representa tan misterioso y lejano como Corea del Norte.
Y ahora, en una entrevista convencional, vendría una respuesta y luego otra pregunta y otra respuesta y… Pero Alejandro Cao de Benós no es precisamente convencional. No voy a poder reproducir mi experiencia de forma convencional. Habla bien, con profusión, con decisión. Le gusta hablar. Se sabe interesante. Habla mucho. Más que hablar, arrolla. Es casi imposible acotar su discurso.
Me llamo Alejandro Cao de Benós de Les y Pérez. Mi nombre en coreano es Cho Son Il que significa “Corea es Una”. Nací en Tarragona en 1974. Tengo, pues, 38 años.
¿De donde exactamente en Tarragona? De San Pedro y San Pablo, un barrio obrero.
Lo conozco bien, realicé en él mi examen práctico del carné de conducir. Aunque mis orígenes familiares están en el sur, mi padre trabajaba como químico para la empresa REPSOL en Tarragona y allí, en la Clínica de la Cruz Roja nací y en aquel ambiente obrero me crié.
Pero, si no estoy equivocado, tus orígenes son aristocráticos… Efectivamente. Mi abuelo paterno poseía los títulos de barón de Les, conde de Argelejo y marqués de Rosalmonte. La casa solariega de la familia estaba situada en Granada, concretamente en el Carmen de Rodríguez Acosta. Mi abuelo era un aristócrata que venía de la tradición carlista pero se arruinó en Venezuela. Emprendió negocios que no le fueron bien y perdió su patrimonio y tuvo que trabajar como todo el mundo para vivir olvidándose de la que hasta entonces había sido la tradición familiar. Mi padre, en consecuencia, tuvo que trabajar como cualquier hijo de vecino, y emigró desde Granada imbuido de la mentalidad abierta de la época que le tocó vivir. Mi padre era químico de profesión y encontró trabajo en la industria petroquímica de Tarragona.
Un cambio importante. Mis padres eran gente trabajadora. Yo estudié en un colegio público. Con los años mis padres llegaron a abrir una cafetería en el barrio. “Menta” se llamaba. Al cumplir los catorce, mis padres volvieron al sur, a La Zubia, muy cerca de Granada.
¿Fue allí donde surgió tu interés por la política? Desde pequeño me habían interesado los temas más profundos del pensamiento humano. La filosofía, la espiritualidad, los temas relacionados con Oriente. Quería descubrir en la lectura las claves para entender las dificultades de este mundo. Muy joven, me inicié en la lectura de los clásicos. Marx, Engels, Lenin. A los catorce años decidí dar un paso adelante, hacerme voluntario e intentar cambiar el mundo. Me afilié al Partido Comunista de España. Pero en aquella época, te hablo del momento inmediatamente posterior a la perestroika, todos querían ser socialdemócratas, ya no creían en el socialismo real. Aquello fue una desilusión importante. Abandoné el PCE en busca de un lugar en el que se quisiera defender lo que yo quería defender. Entré a militar en el Partido Comunista de los Pueblos de España donde proseguí mi formación ideológica llegando a ser Secretario de Organización de Colectivos de Jóvenes Comunistas, aunque muy pronto comprendí que tampoco allí iba a encontrar lo que andaba buscando. El mismo día de mi ingreso en el partido, estaban retirando los retratos de Marx, Engels y Lenin de la sede de Granada.
Una señal. Bueno, llámalo como quieras. Lo cierto es que dentro del propio PCPE encontré la clave que me llevaría adelante en mi búsqueda.
¿A qué te refieres? Un día, en un cajón, encontré una llave. Dicha llave daba acceso a un cajón secreto. Quizá me comporté mal pero era joven y no me resistí a abrirlo.
¿Estás utilizando una metáfora o efectivamente el cajón era real? Era real.
¿Físicamente? Físicamente.
¿Y qué contenía? Contenía varios libros. Eran traducciones al castellano de algunos libros escritos por nuestro “amado líder” Kim Il Sung. Aquellos libros escondidos en un cajón secreto llamaron mi atención y decidí leerlos. Aquel fue el momento en el que se despertó mi interés por la República Democrática Popular de Corea del Norte.
¿Quieres decir que Corea del Norte era algo “prohibido”, algo cuyo acceso había que restringir, incluso dentro de un partido como el PCPE? Corea del Norte era un tabú. Era radical. Representaba la ortodoxia socialista y eso era algo muy difícil de aceptar para gente que ya no seguía la vía recta del socialismo.
¿Y qué fue lo que te llamó la atención de lo que leíste en aquellos libros misteriosos? Descubrí el respeto por unos valores que eran los míos, los que yo quería defender. La disciplina, el valor, la justicia. Siempre me gustó la vida militar ¿Fue curiosidad? ¿Exotismo? ¿Me atrajeron por el hecho de estar prohibidos? No lo sé. Lo que sí sé es que me cambiaron la vida.
¿Y, tras la fascinación, como llegaste a entablar contacto con la realidad física de Corea del Norte? En Madrid está la sede de la Organización Mundial del Turismo y, por aquel entonces, varios camaradas coreanos residían en Madrid como representantes del Gobierno de la República Democrática Popular de Corea del Norte ante dicho organismo. Un amigo me habló de una exposición que tenía lugar en Madrid sobre la República Democrática Popular de Corea del Norte. Tenía lugar en casa de aquellos camaradas. Fui recibido por ellos y casi educado por ellos estrechando muchísimo la relación. Descubrí en esas personas todas las virtudes de las que antes te hablaba y enseguida tuve claro que aquel era mi hogar. Recuerdo que el día en que fui recibido coincidí con Marcelino Camacho. Aquel piso de Madrid fue el inicio de todo.
¿Y después, cómo se desarrollan los acontecimientos, de qué manera consigues ocupar el lugar que ahora ocupas? Bueno, es una mezcla de méritos propios y trabajo, de ponerle pasión y trabajar para la Revolución y para el Gobierno de la República Democrática Popular de Corea del Norte. Lo cierto es que el seis de febrero de 2002, aniversario del nacimiento de nuestro amado líder Kim Jong Il obtuve mis credenciales como representante de la República Democrática Popular de Corea del Norte, lo cual, tengo que decir, que fue una excepción a la ley.
¿Quieres decir que eres el único extranjero que trabaja para el Gobierno de Corea del Norte? Efectivamente. Tengo el honor de ser el único. Hasta esa fecha no era posible que un extranjero desempeñara ese tipo de cargos para el Gobierno de la República Democrática Popular de Corea del Norte.
¿Y por qué tú sí y otros no? Como dice nuestro amado líder Kim Jong Il, la palabra imposible no existe en lengua coreana.
Muy pronto se confirmó mi sospecha inicial: Alejandro Cao de Benós se me iba a escapar vivo y coleando. Era más listo que yo. Dominaba el arte de la oratoria mucho mejor que yo. Mucho mejor que casi todo el mundo. Su papel no es sencillo. Representa a un país cuya sola mención provoca un consensuado rechazo y para poder cumplir su misión se ha visto obligado a desarrollar unos códigos de comunicación, unas herramientas argumentales, que conseguí identificar claramente apenas pasados unos minutos. Por un lado me acribillaba con determinados datos, fechas especialmente, cuya precisión resultaba admirable. Por otro, pasaba con la velocidad del rayo sobre acontecimientos que merecerían profusas explicaciones y que yo intuía no exentos de interés y enjundia. Daba igual si yo insistía. Era capaz de recitar sin casi respiro la fecha en la que ingresó en el PCE pero no se detenía ni un segundo en explicar su proceso de introducción en el Gobierno norcoreano a pesar de que era ese proceso lo más interesante de todo y casi lo único que estaba deseando conocer. Había más. Enfatizaba el tono épico al hablar de si mismo, de su vida, al referirse a sus ancestros o a su descubrimiento de Corea del Norte en un episodio digno de un folletín decimonónico. Repetía como un mantra bien aprendido determinadas frases, determinados conceptos, sin traspasar una línea invisible que presidía durante todo el tiempo la totalidad de su discurso. Siempre hablaba de la “República Democrática Popular de Corea del Norte” nunca de Corea del Norte a secas. Siempre anteponía un remilgado “amado líder” antes de pronunciar su nombre. Alejandro Cao de Benós era lo más parecido a una máquina que yo hubiera entrevistado nunca.
Una vez me quedó perfectamente claro que no iba a contarme de qué manera logró penetrar en la administración coreana y conseguir ser lo que decía ser, decidí intentar otra estrategia. Mi objetivo era penetrar bajo la coraza del camarada y hablarle a la persona que, sospechaba, se escondía debajo.
Me interesa mucho el posible conflicto que se pueda generar en torno a tu identidad. Naciste en España pero has consagrado tu vida a la causa de un país que no es el tuyo. Tu caso recuerda al del escritor Max Aub, judío de origen alemán nacido en Francia, criado en España y exiliado en Méjico. Max Aub lograba salir del laberinto de la identidad afirmando que uno era de donde había cursado el Bachillerato. ¿De donde eres tú? Soy español y soy catalán. Creo en el socialismo. Creo en un socialismo integrador de todos los territorios del Estado español, que respeta las diferencias pero sirve para integrar a todos los españoles. En ese sentido me siento muy orgulloso de mis raíces. Ahora bien, la República Democrática Popular de Corea del Norte es mi país de adopción. Es mi país. En él he encontrado muchos de los valores con los que me identifico. Tengo una forma de ser muy coreana. La disciplina, por ejemplo, es uno de esos valores. Durante un tiempo fui militar en España. Viví en Huesca.
¿Sí? De hecho en esa época promoví un intercambio académico con Aragón, concretamente con la zona de los Monegros. Era un programa de investigación relacionado con la resistencia de determinadas variedades de arroz a la salinidad.
Pero uno de los dos países tiene que significar más para ti desde el punto emocional, ¿En cual de los dos querrías ser enterrado? No me importa el lugar en el que me entierren. Creo en la reencarnación y en la trasmigración de las almas.
Imagino que no debe ser fácil compaginar una vida “normal” con la condición de representante de un país conceptuado como integrante del llamado “eje del mal”, ¿De qué manera te ha afectado? ¿Has sufrido algún tipo de persecución? ¿Has sido espiado? ¿Cuál ha sido el coste personal de tu opción vital? (se indigna mucho) Muy alto. Recientemente, sin ir más lejos, he recibido amenazas de muerte. He perdido tres trabajos en empresas relacionadas con las tecnologías de la información por mi militancia. Hasta el año 2005 trabajé en la plataforma informática del Global Executive MBA (pronuncia con afectación el em-bi-ei) de IESE, uno de los masters de mayor prestigio del mundo con sede en San Francisco y también lo perdí por la misma razón. ¿Crees que eso no es un precio alto?
Sin embargo, sigues con tu proyecto. Por supuesto. Estoy totalmente involucrado con la causa de la República Democrática Popular de Corea del Norte. Un trabajo por el que no cobro, que realizo de forma desinteresada.
¿Y entonces de qué vives? Paso temporadas en la República Democrática Popular de Corea del Norte. Concretamente, en unos días vuelvo a marchar a Pyongyang. Y paso otras temporadas en España donde tengo mi domicilio y pago mis impuestos.
¿Pero de qué vives? Me dedico a negocios de importación y exportación.
Por fin había conseguido que Alejandro Cao de Benós pisase terreno resbaladizo. Por fin había conseguido que se lanzase a hablar de lo que a mí más me interesaba: él mismo. Resultaba cuando menos curioso que el representante de la muy socialista “República Democrática Popular de Corea del Norte” hubiera vendido su fuerza de trabajo (por utilizar terminología marxista) a uno de los programas de formación de directivos capitalistas más exclusivo y elitista del caduco y decadente mundo occidental. Mucho más curioso, todavía, que ello hubiera sucedido en una escuela vinculada a la Universidad de Navarra o lo que es lo mismo, al Opus Dei. Y esa vaga referencia a los negocios de importación y exportación a los que se dedicaba profesionalmente. ¿De donde importaba? ¿Y adonde? ¿Qué productos? ¿Por cuenta de quién? ¿Ganaba mucho? ¿Ganaba poco? ¿Se estaba haciendo rico con sus negocios el hombre que afirmaba haberlo arriesgado todo por defender la causa del socialismo real en la Tierra? Mi imaginación por fin volaba libre. Confieso que, mientras se había dedicado a interpretar de forma extremadamente profesional un personaje que se sabía de memoria, yo me aburrí. Escucharle declamar el discurso que traía preparado acerca de sus míticos primeros pasos en defensa de la “causa de la humanidad” o el repertorio completo de “verdades” acerca de la “República Democrática Popular de Corea del Norte”, como si de un opositor a notarías se tratase, no me excitaba en absoluto. Pero había conseguido abrir una pequeña brecha en aquella reluciente coraza forjada en los mejores talleres del dogmatismo y la inflexibilidad intelectual. Había una pequeña rendija por la que empezaba a escaparse el magma que bullía bajo aquella figura tan, aparentemente, contenida y fría. Solo que yo no contaba con que el tiempo no se hubiera detenido a esperar que yo consiguiese salirme con la mía. Más allá de los cristales de la puerta de entrada empezaban a verse algunas cabezas de curiosos. Era ya la hora de abrir la puerta a los asistentes y Alejandro Cao de Benós todavía tenía que atender a las cámaras de Antena Aragón. Me había comido todo mi escaso tiempo y tenía que abandonar justo cuando empezaba a pillarle gusto al asunto.
Allí se quedó, entre las penumbras del salón de actos, con la frente perlada de sudor, la camisa clara y el chaleco sin mangas. Con el pin rojo del “amado líder” Kim Il Sung brillando como una brasa minúscula a la luz de los focos. Algunos minutos más tarde, ante una sala absolutamente abarrotada, volvería a vestirse la coraza reluciente del activo propagandista del régimen de Pyongyang. “Vamos a conseguir un crecimiento del 15% del PIB anual”. “El pueblo de la República Democrática Popular de Corea del Norte es una gran familia con un vinculo de unión que es nuestro amado líder. En realidad, él no manda, es el cohesionador social, el padre de todos nosotros”. “En la República Democrática Popular de Corea del Norte no existe la disidencia. Ni una sola persona está en contra del Gobierno”. “En abril vamos a inaugurar la primera central nuclear de grafito moderado”. “En la República Democrática Popular de Corea del Norte no es necesario reivindicar porque el consenso social acepta a todo el mundo si colabora con la Revolución”. “Queremos la paz pero no la mendigamos”. “Cuatrocientos mil jóvenes acaban de alistarse en el ejercito voluntariamente”. “En abril se entregarán más de cien mil viviendas gratuitas en Pyongyang”
Cuando decidí marcharme, pasadas las diez de la noche, él seguía en el estrado respondiendo a las muchas preguntas que el público le planteaba sin flaquear ni desviarse del camino trazado. Volví a casa confundido. No era capaz de saber si había estado en presencia de un loco, un listo, un socialista honesto, un impostor, un visionario, un romántico, un simple hombre de negocios, un fanático, un aventurero, un ególatra, un idealista, un místico o un mentiroso compulsivo. No sabía si era alguna de esas cosas o la suma de todas ellas. Me resultaba imposible discernir si Alejandro Cao de Benós era verdad o era mentira. Si existía realmente o se trataba de una ficción muy bien interpretada pero absolutamente falaz. Si había tenido la ocasión de conocer al Delegado Especial Honorario de Corea del Norte y Delegado Especial del Comité de Relaciones Culturales con Países Extranjeros o solo a otra de las muchas personas que intentan buscarse la vida como pueden. No sé qué decir. Todavía no lo tengo claro. Ni siquiera he llegado a saber cuales son su libro, su peli y su disco preferidos.
Jesús Cirac