Mike Nichols, el director de esta película-icono, se inició como director teatral en los años 50-60. Su debut en el cine tuvo lugar con ¿Quién teme a Virginia Woolf? (1966). El film, aunque distribuido por la Warner, fue producido por una compañía independiente, regida por Ernest Lehman, guionista de Alfred Hitchcock, Billy Wilder, Mark Robson y Robert Wise. Fue un gran éxito comercial y de crítica, llevándose cinco oscars. La gran aceptación del film por lo miembros de la Academia y el gran público significaba que empezaban a cambiar algunas cosas en la industria del cine. Solamente unos años antes habría sido impensable el estreno de una película con un contenido tan profano y erótico y con unos diálogos tan realistas, desacostumbrados en el cine pero existentes en el teatro. Era una prueba de que, utilizando hábilmente los puntos fuertes del star system (Elizabeth Taylor y Richard Burton) podían ser rentables películas que se apartasen del mero entretenimiento.
La segunda película de Nichols, El graduado (1967) no sólo fue un éxito rotundo sino que, con Bonnie y Clyde (Arthur Penn, 1967), contribuyó a abrir el camino a películas destinadas a jóvenes muy alejadas de las tontorronas beach comedies o subgéneros similares, que empezaban a cansar por su superficialidad y su tono de cuento de hadas romántico (por ejemplo, Bikini beach, dirigida por William Asher en 1964).
El graduado empezó como novela. Fue el primer libro y el primer gran éxito editorial de su autor Charles Webb (publicada en 1963). Un personaje muy peculiar que puso en ella parte de sus recuerdos pero sobre todo su actitud ante la vida. Webb se graduó en 1961, rechazó la herencia de su padre, un médico acomodado y sacó a sus hijos de la escuela para educarlos personalmente con su esposa.
El graduado dio el espaldarazo definitivo a Mike Nichols, y convirtió a Dustin Hoffman en el paradigma de una generación de jóvenes, alienada por la sociedad de sus mayores, y que se cuestiona constantemente cuál puede ser su futuro. Las relaciones de la alcohólica insatisfecha Mrs. Robinson con su marido, o la superficialidad de los padres de la pareja, son un reflejo de una generación conservadora que se resiste a cualquier cambio y que vive frívolamente entre fiestas, cócteles, barbacoas, espectaculares mansiones y automóviles de lujo.
El graduado es un film de enfrentamiento generacional sin complacencias ni dogmatismos. El argumento refleja con singular talento a las dos generaciones. Por una parte una madre –experimentada y cínica- y su hija –inocente en apariencia- rivalizan por el mismo hombre con armas diferentes a cual más ilícita. Por otra parte, dos escenarios californianos, el materialista de Los Angeles en contraste con el idealista de Berkeley, sugieren más que muestran la revolución que entonces se cocía en aquella Universidad, y también la ambigüedad moral de Benjamin (Dustin Hoffman), un personaje que se mueve dubitativamente entre su educación –hogar y Universidad- conservadora, sus instintos y lo que de alguna manera está descubriendo y asimilando de su entorno generacional.
El graduado está influenciado por la libertad temática y narrativa de que hacía gala el cine británico de aquella década. A diferencia de otros films de la época, la historia posee una segunda lectura ya que sugiere la situación de Norteamérica en los 60 y los problemas de los jóvenes para encontrar su lugar en aquella sociedad caduca a través de una rebelión aparentemente silenciosa. Benjamin no es puro ni inocente sino que, al acostarse con la vieja amiga de casa muestra su amoralidad. No es tampoco ningún idealista ni tiene ningún compromiso. No proclama su indignación contra la guerra del Vietnam ni contra la explotación del tercer mundo ni aboga por una sociedad mejor que erradique la miseria.
Para Nichols, el éxito de El Graduado significó convertirse en director-estrella en unos momentos en que la teoría de los autores empezaba a inquietar positivamente a los jefes de los estudios. A principios de 1969, Nichols empezó a rodar Trampa 22, con un gran presupuesto después de conseguir el control absoluto, ya que ni siquiera tenía la obligación de someter al estudio el material rodado. Fue el primer director, después de Orson Welles, en tener derecho al final cut, iniciando así una tendencia que continuaría con gente como Francis Ford Coppola, Robert Altman o Paul Mazursky.
Serán las voces de Sidney Pollack, Francis Ford Coppola, Woody Allen, Peter Bogdanovich, Brian De Palma, Martin Scorsese, Sam Peckinpah o el propio Mike Nichols, los que firmen las imágenes más representativas de la inflexión producida por el agotamiento de la década prodigiosa y por los primeros compases de los años 70. Ese momento de transición cuajado de tentativas que hablan de búsquedas rebeldes y juveniles, de la contracultura enarbolada desde el territorio hippy y auspiciada por lecturas de Allen Ginsberg, Herbert Marcuse o Jack Kerouac; en definitiva, de la crisis que viven las escalas de valores consolidadas en la sociedad tras el final de la Segunda Guerra Mundial y al calor de la guerra fría. Es entonces cuando empieza a emerger con mayor extensión el cine que recibe la influencia, muchas veces puramente mimética, de los movimientos renovadores europeos y que, en busca de unos modales menos académicos, trata de incorporar la “conciencia de la escritura” característica de aquellos y el inevitable reflejo del lenguaje televisivo. Se persigue una formalización más libre, a medio camino entre la psicodelia a golpe de zoom, la desarticulación de los moldes temporales inherentes al montaje clásico y todo tipo de coqueteos formalistas dentro de unas ficciones que empiezan a revestirse de una estética manierista, frecuentemente ensimismada y cada vez más independiente de los cauces narrativos y dramáticos a los que arropa.
Entre las películas que nacen dentro de la encrucijada, y cuyas imágenes se alimentan de este sustrato deben citarse Rachel, Rachel (Paul Newman, 1968); el manifiesto contracultural que supone Easy Rider (Dennis Hopper, 1969), Llueve sobre mi corazón (Francis Ford Coppola, 1969), Noches de la ciudad (Bob Fosse, 1969), Bob, Carol, Ted y Alice (Paul Mazursky, 1969), sin perder de vista Cowboy de medianoche (John Schlesinger, 1969).
Francisco J. Lázaro Sebastián