“Argo”: La americanada que se tragó Jomeini.

Acabado el verano, apetecía dejar de lado el ocio en toda su extensión de la palabra, entrar en una sala de cine a pasar el rato y, a ser posible, salir de ella con algo que dar vueltas a la cabeza. No dudo que “Lo imposible” sea un peliculón, pero consideré más idóneo éste título para mi propósito y, con el IVA  por la estratosfera, no estaba dispuesto a errar el disparo: vamos a hablar de “Argo”.

Teherán, finales de 1979. Habrá lectores que recuerden bien como estaban las cosas en el Irán de entonces. Si no, tan sólo hace falta fijarse en el actual Egipto, por ejemplo. La revolución islámica reclama la cabeza del viejo Sha de Persia, enfermo terminal y refugiado en los Estados Unidos de América que en su momento le otorgaron el poder de su país a cambio de llevárselo crudo, digo, llevarse el crudo. El odio hacia los norteamericanos es justificable entonces y alentado por el nuevo califa en lugar del califa: el ayatolah Jomeini. La embajada estadounidense es asaltada por centenares de afectos al régimen y sus funcionarios hechos rehenes. Todos menos media docena, que encuentran refugio en la residencia de embajadores de la vecina Canadá. Una casa en mitad del campo de batalla nunca se ha considerado lugar seguro y el tiempo corre en contra de todos sus ocupantes. Alguien les puede ver, el balance de prisioneros no cuadra, tarde o temprano, los guardianes de la revolución les pondrán un rostro. Tienen que ser sacados del país cuanto antes.

En el cuartel general de la CIA , parece ser que  inteligencia con imaginación no encaja bien y, entre delirantes planes de evacuación, el agente especializado en rescates Tony Mendez (Ben Affleck, director), propone la opción menos mala: inventarse una película de ciencia ficción, hacer pasar a los diplomáticos como integrantes del equipo de dirección, neutrales canadienses  que buscan exteriores exóticos para su filme en el país más vigilado y antioccidental del momento, llevarlos hasta el aeropuerto y abandonar el país cual turistas alemanes saliendo de Mallorca.

Al bueno de Mendez, por listo, le dicen aquello de “¡Povedilla…ta tocao!”. Tras preparar el montaje con un par de buenos amigos de Hollywood, toma el vuelo que lo llevará a un lugar distinguido en la historia de EEUU y probablemente, también entre los mayores comedores de marrones de todos los tiempos. Inverosimil, no? Pues no debía de serlo tanto, porque todo son hechos reales: estamos entrado en el espacio aéreo de la Republica Islámica de Irán, vamos a proceder a retirar sus bebidas alcohólicas, ¡Id apurando!

Vamos a entrar en un juego de texturas y recursos estilísticos impecables por parte del director de fotografía Rodrigo Prieto. El filme comienza con una introducción a la historia de Persia en viñetas calcado al inicio de Persépolis, el galardonado comic-novela de Marjane Satrapi (2003). A algunos les parecería plagio? Personalmente lo considero un guiño complice a esta obra, absolutamente necesario para comprender el entorno.

Tras este didáctico inicio, ruedan las cámaras de verdad. Multitud enfervorecida, el audio envolviendo la sala con una hipnótica letanía: comienza el asalto a la embajada. Sin tener ni idea de persa, crees entender que quieren matar a alguien y no habrá nada que los pare. ¿Alguna vez habéis asistido a alguna concentración multitudinaria, con el propósito que fuere, en la que os ha desbordado la energía desprendida por la masa y la has creído capaz de cualquier cosa? La diferencia es que las reales, tras la pantalla, suenan amortiguadas, como los disparos. Aquí no. Estas hombro con hombro con un señor barbudo que enarbola una bandera yanqui ardiendo, mientras que más adelante ya hay compañeros que comienzan a trepar la valla y tú buscas tu turno. Te llevas empujones, intentas tirar abajo la verja. El odio transpira a través de la pantalla como si le hubieran puesto una cámara subjetiva a un antidisturbios en la entrada del Congreso de los Diputados. Los que ya tenían uso de razón por aquellas fechas experimentarán un poderoso “déja-vu”: de nuevo la ficción supera a la realidad, la de los informativos y documentales de la época.

Y de aquí pasaremos al formato típico de thriller político de despachos, café, mangas de camisa y tirantes. Las típicas escenas “pentagoneras”, otro tipo de tensión que parece un descanso comparando con el asfixiante ambiente revolucionario iraní y cambiamos de nuevo de escenario: mucho zoom, colorido, personajes de otra galaxia…estamos en Hollywood. Aquí los amigos John Goodman y Alan Arkin se toman las cosas con otra filosofía. Si en las calles de Teherán se encuentra el músculo y el cuartel de la CIA es el esqueleto, aquí está  el verdadero cerebro de la trama y el contrapunto cómico. Muy destacable la actuación de estos dos viejos zorros.

Ya hay quien dice: “Si tú me dices Ben (actor), yo digo Affleck (director)”.  En su tercera película tras las cámaras destaca en ambos aspectos. En el primero por la ya comentada habilidad en moverse  entre diferentes estilos de rodaje y la fidelidad a las imágenes recogidas en la época: hay un trabajo de hemeroteca importante. Como actor, porque su personaje es la viga maestra. Es tan importante el peso de Méndez en la historia, que nadie puede hacerle sombra. Se ha sabido confeccionar un papel que le queda a la perfección a sus cualidades interpretativas, seguro de sí mismo y con poca tendencia a exteriorizar sus sentimientos, que ahí es donde el Ben actor suele caer en la ñoñería.

Aparte de la buena ejecución técnica de la obra, vamos a hablar de cómo está tratado el argumento, el mensaje, ¿realmente consiguió mi propósito de llevarme deberes a casa?. Bueno, parece ser que Affleck está decidido a entrar en el Hollywood alternativo de Sundance, tras Robert Redford y George Clooney que, por cierto, es coproductor. Tras la estela de estos astros que han querido aportar algo más que sus sonrisas y cuerpos serranos al séptimo arte y se han metido a interpretar, producir y dirigir filmes con conciencia social que resultarían indigestos al Hollywood actual del botox y la retransmisión diferida de los Oscars. ¿Cómo ser políticamente incorrecto en un thriller norteamericano que trata de un gol que le endosó “el mundo civilizado” al “demonio de Oriente Medio”? Intentando ser políticamente neutro, sin más. El alma del Teherán de 1979 muestra fanatismo, violencia y “gringofobia”, pero también proclama que éste no es gratuito. En pocas escenas, eso sí, pero de forma contundente. Como en el cómic introducción que muestra los (varios) motivos que han llevado a esa situación. Como en la trifulca con el comerciante del bazar, cuyo hijo fue asesinado por una pistola “made in USA”. Y, sobre todo, me conmovió el papel de Sahara, la empleada nativa de la residencia de los embajadores de Canadá. Uno esos personajes que vale más por lo que calla que por lo que dice. Que su único error fue estar en el momento y lugar inadecuados. Arrojada a un destino más que incierto tras haber sido el clavo del abanico de un conflicto internacional, mientras los gobiernos a los que ha ayudado se dan palmaditas en la espalda y dan al mundo una lección de civismo ,concordia, blablabla…todo esto y más transmite la criada del embajador en menos de 10 escenas. Me imagino que la aparente insignificancia del papel habrá sido aposta. De lo contrario, sería junto con la persecución del aeropuerto, el gran fallo de la película. Disfrútenla e intenten sacar sus propias conclusiones, quizá sean diferentes a las mías.

Iván Sanz Vallespín

Entradas relacionadas

Uso de cookies

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información.plugin cookies

ACEPTAR
Aviso de cookies