Este es, sin duda, mi rincón favorito de Caspe. La humilde y elegante ermita de Montserrat, una esbelta palmera, las vistas largas sobre el cauce del Guadalope, el Ebro distante y las azuladas sierras lejanas. El duro monte y la huerta del edén en un mismo plano. Me recuerda, además, a mi cuadro favorito de uno de mis pintores favoritos, «La casa de la Palmera» de Joan Miró, uno de los menos mironianos de toda su obra. Una casa burguesa, humilde y elegante, una esbelta palmera convertida en rampante araña, las vistas largas al cielo azulado, a la luna, la edénica y ordenada huerta a sus pies.
No recuerdo el año en que trasplantaron la palmera pero sí recuerdo que no siempre estuvo allí. Yo era entonces alumno del Colegio vecino y nunca antes había presenciado una operación de ingeniería similar. Creo recordar que la trajeron de un solar ubicado en la calle Juan Royo. Hace ya años y años.
Quizá instalarla donde hoy está no respondiera a una estricta planificación. Puede que el azar tuviera mucho que ver con ello. A lo mejor no sabían muy bien qué hacer con ella y alguien tuvo la ocurrencia. No sé. Bendito azar, me digo. Para mi es lo mejor que se ha hecho en Caspe en materia de patrimonio y urbanismo desde que tengo memoria (del traslado de Santa María de Horta y la Tumba del Miralpeix no me acuerdo). Un edificio sencillo y ordenado, la talluda silueta de un árbol replicando su escala, el cielo azul, la brisa que sube del río, una soledad casi absoluta. Perfecto.
Jesús Cirac