Fotos: Archivo Gráfico ABC-ASD
Las rocas y los manantiales son dos de los elementos de la naturaleza que más relatos maravillosos han sugerido a las gentes. La etnóloga Maryse Badiou ha escrito que «el aspecto duro, sólido, inerte, de ciertas piedras suele revelar al ser humano que las contempla una fuerza y una permanencia que a veces las consagra en lo absoluto», y el antropólogo Andrés Ortiz-Osés considera que «el agua simboliza la mediación entre la tierra y los cielos, el elemento cósmico o pétreo y el elemento aéreo o uránico», ¡ahí es nada!
La partida de Fonté es un extenso y bello paraje de inmenso término municipal de Caspe, que cada día que lo pateo enriquece mi archivo con una nueva anécdota o leyenda. No muy lejos del cauce del Regallo (un riachuelo que atrajo la atención de numerosos pueblos prehistóricos) y cerca de yacimientos de la categoría de Palermo y Roca Tallada (citados una y mil veces en la bibliografía erudita) afloró en tiempos indeterminados una fuente de las entrañas de una roca.
Pregunté a los abuelos y me aconsejaron buscarla en la Foya de la Virgen, una hoya geológica de las muchas que salpican el Bajo Aragón. La intenté localizar no pocas veces, y siempre me perdí. Su existencia me atraía como un imán, sobre todo desde que mi compadre Indalecio Baneba me contó que, sin duda por confusión fonética, más de uno denominaba al manantial la Joya de la Virgen: «Las familias que habitaban en las torres de los alrededores heredaron la creencia de que fue María quien perforó la piedra al tocarla con su dedo, provocando el milagro de que brotara el agua. Esos ecos he recogido, palabra”.
Por mi cuenta, doy un paso más. Me divierte especular que la roca podría contener el anillo de la Madre de Dios, que a buen seguro pudo quedar aprisionado allí cuando María la taladró al hincar el anular. De tanto pensar en ello ya no sé si es que alguien me lo contó o se trata de una simple licencia literaria que algún día me permití para mi propio regocijo. En todo caso… ¿no nacen también así las leyendas?
El caso es que, por fin pude fotografiar lugar tan enigmático. José Ballabriga -uno de los mejores cantadores de jota de toda la redolada- me llevó hasta allí. José tiene ahora 60 años, no creo que sean más: «De pequeñé viví en la zona. Hasta que tuve once o doce años mi casa fue una torre de Fonté, donde seguí acudiendo todos los fines de semana durante mucho tiempo».
De la fuente de la Foya de la Virgen no salía agua cuando me acerqué a ella, pero a sus pies sí que estaba almacenada en una pequeña poza. Pude comprobar que desde allí mismo arrancaba un canalillo de riego, hoy en estado ruinoso pero que antaño conducía el agua hasta algunas parcelas. Puestos a investigar, José Ballabriga, el firmante y la peña que nos acompañaba nos subimos a la cima de la loma más cercana: magnífico panorama y, además, atalaya perfecta para descubrir que, ante nuestras mismísimas narices, en las faldas del montículo se agrupaban restos arqueológicos y antiquísimos vestigios circulares de un tamaño tan considerable que no pudieron ser otra cosa que corralizas próximas a un poblado que creo está sin catalogar.
A mi amigo jotero le invade la nostalgia: «Otro día te contaré que hace cuarenta años éramos tantos los que vivíamos en las casas de campo que hasta nos abrieron una escuela rural. Todos los días íbamos andando hasta ella, aunque nos costase una hora y hubiera nevado o le pegara el calor. La vida entonces sí que era dura, maño».
Alberto Serrano Dolader