Cuando Gaia se deja ver. El caso de Vinaròs

La madre naturaleza no entiende de leyes, ni normativas. Es por ello, que cada cierto intérvalo de tiempo, ésta viene a visitarnos, poniendo a prueba el espacio geográfico sobre el que nos encontramos.

Durante las últimas décadas (y especialmente a lo largo de los pasados años), la especulación y la burbuja inmobiliaria, no sólo nos han dejado el recuerdo de inmensas moles de hormigón, sino que también de zonas alteradas y castigadas por la acción del ser humano, donde hábitats naturales con su modesta riqueza local, han desaparecido en cuestión de días…

Por desgracia, la crisis económica ha venido apoderándose de la mayoría de titulares que ofrecen los medios, de modo que la desorganización y la falta de una previsión urbanística rigurosa (caracterizada por una ausencia de todo escrúpulo capaz de gestionar la evolución territorial de nuestras localidades), ha campado a sus anchas… tanto que en muchos enclaves de la geografía peninsular, parecen obviarse por completo, varias de las problemáticas contras las que nuestros antepasados sabían hacer frente, pero que nosotros, en pleno siglo XXI, parece que ni tan siquiera somos capaces de empezar a asimilar…

Seguramente, hoy casi nadie pensará porque aquella urbanización que se ha alzado en un entorno inmediato a un torrente seco -del que debemos estar tranquilos ya que “sólo baja agua dos veces al año”-, o de si aquel chalet que se encuentra tan pegadito al borde de un peñasco, puedan en algún día de nuestra existencia, suponer un elemento de riesgo tanto para los que sean sus futuros inquilinos, como para el propio ecosistema sobre el que se asientan.

Todo se olvida, hasta el día en que son noticia, como resultado de que aquella urbanización ha sido anegada por un barranco aparentemente inofensivo, o la vivienda con envidiables vistas al mar, ha acabado desprendiéndose a la vez que lo hacía el acantilado que la sostenía.

En nuestra costa mediterránea, y especialmente en la región del norte del espacio valenciano, deberemos lidiar con dos bestias negras, que sin lugar a dudas, comienzan a ser y serán, los principales quebraderos de cabeza contra los que desde la administración se abrirá un frente de batalla, debido a una necesaria, profunda e inminente planificación urbanística, en la que el tiempo cuenta, y mucho.

Por un lado, nos topamos con la regresión costera de los acantilados que protegen nuestras playas… -y es que algunos en su momento obviaron por completo que la costa tiende a variar su posición-, oscilando en un vaivén de avances y retrocesos, enmarcados en escalas de tiempo muy reducidas.

Así sucedió durante el Período Cálido Medieval (en el que el agua ocupó amplias zonas de tierra) como por el contrario entre los siglos XVI-XVII, dentro de lo que hoy conocemos como la Pequeña Edad de Hielo.

De ahí que una nefasta planificación en materia urbanística, acabe pagándose muy cara. Un callejón sin salida, del que ahora mismo sólo nos queda el consuelo de engañarnos a nosotros mismos, pensando que todo son cuestiones demasiado exageradas y controvertidas, enfocadas desde una vertiente catastrofista y que difícilmente conseguiremos vivir…

Nada más lejos de la realidad, si abrimos nuestros ojos, muchos estamos comenzando a percibir ese escenario antes mencionado en nuestro respectivo territorio. Así, en la franja litoral, el acelerado deterioro del conglomerado cuaternario, ha agravado la estructura rocosa del sistema acantilado, de forma que cada día van abriéndose nuevas brechas, que agudizan la meteorización física como química de ese roquedo que la naturaleza castiga de modo continuo.

Erróneamente, hay quienes creen ver la panacea del problema en las gruesas escolleras que se adhieren a sus paredes. Una intervención humana, que en el caso de que el mar tienda hacia el avance, sólo hace que la playa acabe desapareciendo por el interés de unos particulares, que han decidido depositar esos bloques de miles de toneladas, para salvar la estructura del acantilado sobre el que se asienta su vivienda, alterando más si cabe el equilibrio costero, como el avance que por naturaleza le pertenece al mar, puesto que debe de ir zapando la roca, para depositarla en ese entorno, donde luego nos quedarán cantos y arena, sobre los que posteriormente la gente desea colocar su toalla y la sombrilla…, frenando de este modo toda posibilidad de una regeneración natural.

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Zona de la costa norte (Los Cossis), en un acelerado estado de regresión
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Escollera ubicada al norte del barranco de Lo Saldonar

Con esto conseguimos hipotecar el futuro de nuestras playas, en parte, por ese enfoque hermético y ególatra, donde cualquier variable que sobrepase la esperanza de vida de un ser humano (es decir, sólo aquello que puedan ver nuestros ojos), ya somos completamente incapaces de entender.

Posiblemente ya ha llegado el momento en el que entre todos comencemos a modificar nuestra percepción, e interpretemos el pasado como una herramienta para vivir mejor el presente. Y es que nuestros ascendientes (de los cuales muchos ni tan siquiera sabían leer o escribir), sabían dónde estaba esa especie de línea imaginaria que les indicaba hasta donde debía de alzarse su vivienda o el poblado en el que tenían que vivir sus familiares…, en ocasiones fuese por motivos de seguridad, o en otras, por una evidente, y ya casi innegable sensibilidad que tenían sobre la evolución a la que estaba sometido su medio natural… (a pesar de no disponer de los medios como de las fuentes de información con las que nosotros contamos). Simplemente les bastaba una mentalidad sustentada en un único pilar, y que algunos llamamos -sentido común-.

A estas alturas, en múltiples enclaves de la geografía de esta zona, el mal ya está hecho, y aún así, muy posiblemente deberemos de tropezar con la misma piedra en más de una ocasión, de ahí que la cosa no ha hecho nada más que empezar. Algo que de nuevo apreciamos ante un segundo fenómeno igual de perjudicial que el anterior: las lluvias torrenciales.

Por muchos de nosotros es conocido el dicho “a la vora del riu, no faces niu”, y del cual nos acordamos sobre todo en la época otoñal, cuando las precipitaciones se disparan… sí…, esa temporada que vulgarmente muchos denominan como la de la “gota fría”…, donde las ramblas que durante buena parte del año funcionan como caminos encajados, pasan a convertirse en vigorosos canales de agua, que de forma desenfrenada, evacuan toda la precipitación acumulada de su cuenca de drenaje. Las temidas inundaciones, que sin previo aviso, nos hacen reflexionar y ver como el agua también reclama sus escrituras. Esas que en ocasiones están invadidas por viviendas, y que por unos días vuelven a aparecer en portadas de periódicos y telediarios.

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Barranc lo Triador, otoño de 2011.

Posiblemente la mejor la solución radicará en valorar, analizar y estudiar de manera detallada, cómo y de qué manera deberá planificarse el avance de nuestro territorio, para ello, será primordial indagar en su realidad geográfica, de lo contrario, estamos condenados a repetir los mismos errores.

David Gómez de Mora

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