Dominguito de Val. Un santo zaragozano para el Tercer Reich.

TÉSIS

Estamos en Zaragoza. A finales de agosto de 1250. Reina Jaime I, llamado el Conquistador. Domingo de Val tiene siete años. Es hijo de Sancho de Val, infanzón de origen francés, notario y secretario del cabildo de la catedral. A pesar de su corta edad, Domingo, Dominguito, es un niño extraordinariamente centrado en su fe cristiana. Al nacer, su espalda mostró la marca de una cruz impresa en su piel y su cabeza una corona. Ni un solo domingo de su vida ha dejado de asistir a misa. Parece predestinado a la vida sacerdotal y ya es infante en el coro de la Seo.

Varias circunstancias parecen conjugarse para determinar el destino trágico que habrá de afrontar. Por un lado están los muchos judíos establecidos en la ciudad desde tiempos inmemoriales. Alrededor de dos mil. Viven agrupados en la judería vieja, un espacio bastante generoso ubicado en una amplia zona delimitada en la actualidad por el Coso, las calles Don Jaime y San Jorge y la plaza de la Magdalena. Por otro, la profesión de su padre. Como notario, Sancho de Val ha tenido serios encontronazos con muchos judíos, tan dados a la usura y el mangoneo y, a la vez, protegidos por el rey quien les ha encomendado importantes labores en la administración del reino. Concurre, por último, la maldita fatalidad que obliga a Domingo a atravesar el dédalo de callejas y pasadizos que forman la aljama judía zaragozana cada vez que va y viene de la Seo a su casa, ubicada en las inmediaciones de la actual Plaza de San Miguel. Imaginemos a un niño de siete años, hijo de un enemigo natural de los hebreos, canturreando salmos a la virgen mientras atraviesa callejones oscuros y desguarnecidos. Imaginemos a todos aquellos prestamistas de nariz ganchuda y piel plomiza acechando tras las cortinas de sus tienduchas en busca de algún infortunado niño cristiano al que raptar, torturar y asesinar según vienen haciendo de forma habitual desde tiempos inmemoriales.

Santo Dominguito de Val pintado por un alumno del Colegio de las Anas de Caspe. Fotografía de Alejo Lorén
Estandarte con la imagen de Santo Dominguito de Val pintado por un niño caspolino. Fotografía de Alejo Lorén

Los judíos asesinan a niños cristianos porque necesitan su sangre para amasar matzoh, el pan ácimo con el que celebran la Pascua, o Pesaj; porque utilizan sus vísceras en rituales de magia negra contra la cristiandad; porque les gusta hacer escarnio de la pasión de Cristo sometiéndoles a los mismos tormentos a los que él fue sometido. El día treinta y uno de agosto de 1250, el usurero Mosé Albayacet ve pasar de nuevo al pequeño Domingo frente a la puerta de su casa. Los judíos notables de la ciudad han prometido eximir del pago de tributos a quien les entregue a un niño cristiano. Mosé Albayacet no se lo piensa dos veces. El niño es capturado e introducido por la fuerza en el inmueble, donde un improvisado tribunal formado por otros judíos no menos viscosos y desalmados lo condena a morir. Una oportunidad se le ofrece, no obstante, para conservar la vida: debe abjurar de su fe y pisotear un crucifijo. Claro está que Domingo prefiere morir como cristiano antes que salvar la vida como apostata. Los malvados judíos perforan sus manos y sus pies con clavos fijando su frágil anatomía a la pared, hunden la hoja afilada de una lanza en su costado. Tras eviscerar y desangrar primorosamente su cuerpo, cortan la cabeza, los pies y las manos y los arrojan a un pozo situado en el patio de la misma casa. El tronco es trasladado a orillas del Ebro y secretamente enterrado al amparo de la oscuridad.

Pasan los días y Domingo no aparece. Una noche oscura varios pescadores que faenan en el río asisten, maravillados, a un curioso fenómeno. Un resplandor emana de la tierra en un lugar concreto, muy cerca del Puente de Piedra. Al mismo tiempo, el perro de la familia irrumpe, tras una frenética carrera, en el corazón del barrio judío llegando hasta la casa de Mosé Albayacet y deteniéndose frente al pozo fatídico. Descubierto el crimen, el pueblo de Zaragoza reacciona. Los restos de Dominguito son llevados en procesión hasta la iglesia de San Gil, donde lo que queda del cadáver volverá milagrosamente a la vida, y luego a la Seo, donde reposarán ya para siempre. De forma espontánea el pueblo sanciona el carácter sobrenatural del acontecimiento. También  castiga a los culpables de su muerte. Eso sí, antes de ser ajusticiado, Mosé Albayacet confiesa sus crímenes y se bautiza para morir como cristiano.

retablo de Santo Dominguito de Val en la Seo de Zaragoza
retablo de Santo Dominguito de Val en la Seo de Zaragoza

Los restos del niño santo, Dominguito de Val, descansan desde entonces en una imponente capilla de la Seo zaragozana. No fue oficial ni solemnemente canonizado, pero cada treinta y uno de agosto se celebra su festividad, y así consta, todavía, en el Santoral. Se le considera el patrono de los monaguillos.

ANTÍTESIS

Estamos en Nüremberg. En mayo de 1934. El partido nacional socialista, con Adolf Hitler al frente, lleva un año gobernando Alemania. Julius Streicher dirige desde 1923 el periódico antisemita “Der Stürmer”. A pesar de su exacerbado fanatismo, ha pasado de una tirada de apenas tres mil ejemplares mensuales a más de medio millón. Streicher es un viejo camarada de Hitler y encarna el ala más doctrinaria y antisemita del partido. La portada del número especial de ese mes se hará tristemente famosa. Su titular es “Jüdischer Mordplan Gegen die nichtjüdische menschheit aufgedeckt”. Más o menos “Al descubierto el plan judío para asesinar a la humanidad no judía”. Su contenido no tiene desperdicio. Una extensa justificación global del odio al judío que mezcla las sangrientas plagas de Egipto, la rebelión de Bar Kojba y la Revolución rusa; el Zohar con el Talmud; el Antiguo Testamento con Herodoto. De entre toda la inmundicia destaca la enumeración comentada de lo que el propio Streicher llama “los ciento treinta y un asesinatos rituales conocidos y que han pasado a la posteridad a través de los escritos”. Un listado que arranca en el año 169 antes de Cristo y llega hasta 1932 y cuyo lugar vigésimo ocupa el santo zaragozano Dominguito de Val.

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En realidad ni Hitler ni Streicher inventaron nada. El “líbelo de sangre” es una de las manifestaciones más clásicas del antisemitismo europeo y llevaba siglos emponzoñando el continente cuando los nazis eran todavía bebés de mejillas sonrosadas. Su origen es medieval y, en general, responde a una estructura común que, en esencia, coincide con la historia del asesinato de Domingo de Val. Niños cristianos, juicio por parte de la comunidad judía, tormento similar al de Cristo, muerte por crucifixión, evisceración, rituales de magia negra contra los cristianos, pan amasado con sangre… Su difusión solía preceder a la persecución y asesinato de las comunidades hebreas y su primera manifestación conocida es la muerte del niño Guillermo de Norwich, en Inglaterra en 1144, a manos de judíos. Pero hay muchas más. En Francia, Alemania, Bélgica, Italia o Suiza. En España, además de Domingo de Val, tenemos al “niño de Sepulveda” en 1468, y al famoso “Santo niño de La Guardia” en Toledo. Este último, y célebre, caso de “libelo de sangre” precedió en el tiempo al fatídico decreto de expulsión de los judíos de 1492, firmado por los Reyes Isabel de Castilla y Fernando de Aragón, y sirvió para justificarlo ante la opinión pública de la época.

Los aliados sentaron en el banquillo a Julius Streicher en el multitudinario proceso seguido contra parte de la cúpula nazi celebrado en Nüremberg entre 1945 y 1946. Fue hallado culpable de crímenes contra la humanidad y ahorcado el dieciséis de octubre de 1946. Aunque no había participado directamente en la ejecución física de los judíos, para el tribunal quedó probado que su actividad propagandística había contribuido de forma decisiva a que dichos crímenes se produjeran.

Julius Streicher y Adolf Hitler
Julius Streicher y Adolf Hitler

Pensándolo bien, Streicher se había limitado a acopiar las toneladas y toneladas de basura antisemita que Europa había ido generando en los últimos veinte siglos y a darle difusión en el contexto adecuado. Actuó como mera correa de transmisión de un mensaje de odio y racismo acuñado durante siglos en conventos, ermitas y parroquias. Resulta difícil encontrar diferencias esenciales entre lo expresado por Streicher en aquel número famoso de abril de 1934 de “Der Stürmer” y lo que hoy mismo podemos leer en multitud de webs de orientación y temática ultracatólica. Resulta difícil establecer diferencias, que no sean cuantitativas, entre las deportaciones de judíos a los campos de exterminio nazis y los miles de linchamientos y pogromos que tuvieron lugar en las ciudades y aldeas europeas en los últimos dos mil años cada vez que, desde un púlpito, se culpó a los judíos de deicidio, de la muerte de nuestro señor Jesucristo. Lo triste de este asunto es que a Streicher le pusieron una soga en el cuello por decir cosas que, en realidad, cualquier niño español, francés o italiano podía escuchar con toda tranquilidad en el cole, en su casa  o en la iglesia.

SÍNTESIS

Estamos otra vez en Zaragoza. En 2013. Las instituciones aragonesas llevan años reivindicando el legado de Sefarad e invirtiendo dinero público en la compleja tarea de convertirlo en un activo turístico solvente. El pasado judío de Tarazona se ha convertido en un innegable atractivo para la ciudad del Queiles y la identificación de la sinagoga de Hijar ha llamado la atención de miles de judíos de todo el mundo. Incluso Caspe reivindica el trazado del Barrio Verde como la huella de un núcleo de población hebrea. La ciudad de Zaragoza, deudora por igual de la presencia mora, judía y cristiana, no deja de pelear, y de invertir dinero, para que los baños judíos ubicados en los bajos de un edificio de viviendas en el Coso Bajo puedan ser abiertos al público. Asociar el nombre de Zaragoza al mito arcádico de Sefarad puede atraer a manadas de ricos turistas venidos de todos los rincones de la diáspora.

baños judíos de Zaragoza
baños judíos de Zaragoza

Sin embargo, no deja de ser una paradoja que, a escasos cien metros de esos baños por cuya apertura tanto se ha luchado, una bocacalle de San Vicente de Paúl, la misma en la que se supone que el niño Domingo de Val fue asesinado hace ahora setecientos sesenta y tres años por una banda de judíos sanguinarios, lleve aún el nombre del santo o que lo haga sin que una placa complemente su significado con una explicación acerca del origen verdadero de los hechos (si es que de verdad ocurrieron), su significado histórico, su evidente trasfondo racista. No sirve de nada reivindicar la Zaragoza de las tres culturas, la de Sefarad, Avempace y el mudéjar, sin acometer antes un profundo proceso de depuración de aquellos símbolos que ensucian la imagen pública de la ciudad por su contenido xenófobo al tiempo que privilegian la herencia cristiana como base de su identidad cultural. No es de recibo suspirar por una idealizada Medina Albaida y al mismo tiempo mantener viva la memoria de un burdo montaje antisemita, como el asesinato de Domingo de Val, nacido en los fondos más bajos de la intransigencia católica.

judería de Tarazona
judería de Tarazona

Tras el decreto de expulsión de 1492, la mayoría de los judíos zaragozanos viajó hasta el otro extremo del Mediterráneo, a Tesálonica. Ubicada en la costa Norte del mar Egeo, y hoy segunda ciudad en importancia de Grecia, desde 1430 pertenecía al Imperio Otomano. Aunque siempre nos han pintado a los turcos como malos malísimos, lo cierto es que demostraron ser mucho más comprensivos, tolerantes y piadosos que nuestros “católicos” reyes, Isabel y Fernando. Aquellos a quienes nosotros, en nombre de la religión y la nefasta pureza de sangre, expulsábamos de nuestro país en 1492, anticipando algunos siglos el concepto de “deportación” tan popular en el siglo XX, eran bien recibidos en aquel vasto imperio en el que no importaba tanto la raza, la procedencia o la religión cuanto el mero sometimiento a la autoridad de la Sublime Puerta. En Tesalónica los judíos de origen español encontraron un hogar lejos de su añorada Sefarad convirtiéndose en la comunidad más numerosa de la ciudad y floreciendo durante siglos. Hasta una sinagoga propia tuvieron los judíos de origen aragonés. Durante siglos el ladino o judeoespañol fue la lengua más hablada en la ciudad.

Antes de la entrada de las tropas de ocupación alemanas en la ciudad, en abril de 1941, todavía quedaban cincuenta mil judíos en Tesalónica. Entre marzo y agosto de 1943 cuarenta y ocho mil doscientos treinta y tres judíos tesalonicenses fueron deportados en dieciocho convoyes ferroviarios hasta el campo de Auschwitz-Birkenau, donde treinta y siete mil fueron asesinados apenas al llegar. Un convoy, el número diecinueve, llevó a varios centenares de deportados hasta Bergen-Belsen. En él viajaban trescientos sesenta y siete judíos sefardíes con nacionalidad española que lograron salvar la vida, junto a otros ciento cincuenta, gracias a las gestiones del cónsul general de España en Atenas, Sebastián Romero Radigales. Al finalizar la guerra, el noventa y ocho por ciento de los judíos de Tesalónica había muerto.

Prisioneros judíos en Auschwitz
Prisioneros judíos en Auschwitz

Pienso en todo ello y no puedo dejar de recordar la costumbre practicada por muchos judíos sefardíes: conservar la llave de la casa que dejaron en España en 1492. Al respecto se me ocurre que es más que probable que en alguno de aquellos siniestros convoyes viajasen descendientes de los judíos expulsados de las aljamas de Hijar, Tarazona, Zaragoza o Caspe y que en aquel último viaje, mientras atravesaban Europa hacinados como animales en vagones de ganado, portasen colgada del cuello, oculta bajo sus ropas, esa llave que tanto significado aportaba a sus vidas. Puede que alguna de aquellas herrumbrosas llaves, quizá forjada en alguna fragua bajoaragonesa o zaragozana o de las Cinco Villas, que sus propietarios habían conservado durante generaciones como símbolo de una tierra a la que, a pesar del paso del tiempo, continuaban amando y consideraban como su patria, fuera convertida en los hornos de Auschwitz en munición para el ejército alemán después de que manos habilidosas hubieran despojado al cadáver de su antiguo portador de todas sus pertenencias. Qué cínica que es la historia. Sigo considerando esa probabilidad y no puedo evitar que se me revuelvan las tripas sabiendo que aquellos judíos aragoneses murieron a manos de hombres que habían construido su ideología de odio con historias tan falsas, crueles y mendaces como la del también aragonés Dominguito de Val.

P.S. El Concilio Vaticano II, en plena apología del ecumenismo, abjuró de la doctrina que consideraba a los judíos causantes de la muerte de Cristo y retiró del santoral todos los casos de “libelos de sangre”. Pero Santo Dominguito sigue celebrándose cada 31 de agosto, su capilla luce magnifica en la Seo, y sigue presente en el Santoral y en todas las fuentes que he consultado.

La Iglesia mantiene abierta desde 1958 la causa de beatificación de Isabel la Católica.

Jesús Cirac

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