No hay día que no nos desayunemos, ya sea en prensa, radio o televisión, con alguna noticia de algún político indocumentado o de algún acomplejado histórico en la que se habla de reinos y reyes inexistentes, de coronas con nombres perifrásticos o del origen de Colón, por nombrar algunas, con el ánimo de adaptar la historia a una ideología determinada. Tampoco faltan hoy en día ejemplos de medias verdades, censuras o de esas damnatio memoriae al más puro estilo romano, que consisten en cambiar, por ejemplo, el nombre de una calle cuando el sujeto o el resultado de la batalla no es del agrado del gobernante de turno o de su directriz política.
Pues bien, como a mí no me atraen lo más mínimo los tiempos que corren, ni sus gentes y mucho menos sus políticos os voy a contar un suceso que guarda relación con este afán de tergiversar la historia y de reescribirla a nuestra conveniencia que observamos en nuestra vida cotidiana sin darle casi ya importancia, y que se viene practicando desde hace siglos.
Por allá a finales del siglo XII se escribió uno de los poemas que habla sobre las hazañas del Cid Campeador; está escrito en latín y es conocido como el Carmen Campidoctoris. No sabemos con certeza el lugar donde fue escrito, aunque sí sabemos que llegó al monasterio de Santa María de Ripoll, hoy provincia de Gerona, posiblemente de la mano de alguno de sus monjes, quien pudo copiarlo en algún scriptorium durante algún viaje, muy posiblemente a lo largo de esa autopista cultural que fue la peregrinación al sepulcro del apóstol Santiago en Compostela.
El poema se centra principalmente en tres hazañas bélicas a cargo de Rodrigo Díaz; son batallas en las que se lucha en campo abierto, la especialidad del caballero castellano, y de ahí la procedencia de su sobrenombre, campidoctor en latín o campeador en romance, es decir, el experto en campo abierto. Estas batallas campales, a diferencia de los sitios, de las algaras o de las emboscadas, son las que más prestigio aportaban en la Edad Media y eran reconocidas como la forma más noble de guerrear.
La batalla que nos atañe, y cuyo desenlace no agradó tanto al monje de Ripoll, es la Batalla de Almenar del año 1082. En ella se enfrentó la mesnada del Cid con el ejército del Conde de Barcelona Ramón Berenguer II. El de Vivar, desterrado por aquel entonces de Castilla por el rey Alfonso VI, ofrecía su mesnada al mejor postor y defendía los intereses de la taifa de Zaragoza en la que reinaba el moro Almutamán. Por su parte, el conde catalán defendía la taifa de Lérida y a su soberano, el moro Almundir, quien se buscó como aliados a los reyes de Navarra y Aragón y al conde de Barcelona. Estas alianzas entre cristianos y moros se pactaban gracias a las denominadas parias, unos impuestos muy elevados que pagaba el rey moro al noble cristiano, mediante los cuales se comprometían a no atacarse unos con otros y a defenderse mútuamente.
El poema nos cuenta cómo Rodrigo Díaz acudió a la sitiada Almenar y pidió permiso a Ramón Berenguer para abastecer de agua y alimentos a sus gentes. Ante la negativa del conde el Cid decidió luchar. El resultado fue catastrófico para el ejército del barcelonés, ya que Rodrigo lo hizo salir a campo abierto y la mesnada castellana, mucho mejor pertrechada y acostumbrada a los combates de frontera, le infligió una tremenda derrota en la que el propio conde fue hecho prisionero.
Estos son los hechos narrados en el poema a grandes rasgos, pero lo que realmente molestaba o era inconveniente en Ripoll eran las líneas en las que aparecía la ordalía del Cid, es decir, donde éste se encomendaba a Dios y le pedía que actuase como juez de la lucha en la que iba a tomar parte. En resumen, el resultado es que a los ojos de Dios el conde Ramón Berenguer era el cristiano menos digno al caer la victoria del lado del Campeador. Teniendo como tenía la abadía de Ripoll una relación tan estrecha con la casa condal de Barcelona y de la que los propios Ramón Berenguer II como Ramón Berenguer IV fueron benefactores, de ahí el interés de nuestro monje benedictino para que estos hechos fueran silenciados. (Véase en las fotos el raspado que sufrió el manuscrito en un tono más grisáceo).
Como podéis comprobar es un tema de lo más actual, y es que no hay semana que no leamos en algún medio cómo algunos políticos o sus historiadores palmeros bien remunerados intentan reescribir la historia. Afortunadamente para eso tenemos los textos, para poder rebatirlos y constatar los hechos, siempre y cuando uno tenga acceso a ellos y no se pongan trabas a la hora de publicar y distribuir según qué obras contrarias al régimen de turno.
Rodrigo Delgado Martín