Invitamos a José Luis Trasobares a participar en las jornadas que presentamos en noviembre de 2011 con el nombre de “Caspe 1936. Un jardín con senderos que se bifurcan” pero no pudo ser. Sus obligaciones profesionales se lo impidieron. Tenía que cubrir la campaña electoral que acabó llevando a Mariano Rajoy a la Moncloa. José Luis Trasobares es periodista. Uno de los más veteranos de Aragón y, a mi juicio, quizá el mejor de todos ellos. De hecho, es el presidente de la Asociación de Periodistas de Aragón. Durante años fue subdirector de Heraldo de Aragón y, desde el año 2001, colabora diariamente con El Periódico. Pero, por encima de todo, es un columnista cañero y mordaz, claro y provocador. Da gusto leer las cosas que escribe Trasobares.
Hoy tenemos la suerte de contar con él para hablar de lo muy asustados que estamos, de lo poco que sabemos, de lo mucho que esperamos…
¿De qué podemos hablar contigo? De lo que tú quieras.
¿Hablamos de la crisis? Si quieres hablamos de la crisis, lo que pasa es que esto no es ninguna crisis.
¿Qué es entonces? Más bien es una situación crítica, no cíclica como las crisis clásicas, con épocas de vacas flacas y gordas, a la manera de la Biblia. Lo que está ocurriendo ahora es, por un lado, la irrupción ante nuestros ojos de una nueva realidad, con claves diferentes a todo lo anterior y, por otro, la firma de un nuevo pacto social.
¿Tendríamos que remontarnos a la Transición para encontrarnos ante un momento de transformación similar? No es comparable en absoluto a la Transición porque la Transición fue un fenómeno que nos afectó estrictamente a los españoles, nosotros lo guisamos y nosotros lo comimos. Europa era el paradigma de lo que queríamos ser y nos entusiasmaba el desafío. Para conseguirlo hubo que negociar, resolver las diferencias, y así se hizo. Esto no es una segunda Transición, no es un problema español que los españoles podamos solucionar con pactos. Esto es el fin de la Edad Contemporánea y lo que toca ahora es empezar una Edad nueva. La Edad Contemporánea empezó con la Revolución Francesa, Robespierre, la Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano y todo eso y esa Edad acaba de terminar ahora mismo. Empezamos una Edad nueva que tendrá nuevos horizontes culturales, socioeconómicos y geoestratégicos, una nueva cultura y un nuevo mundo.
¿Cuáles son las claves de ese nuevo mundo? Muchas. Pasamos del eje Atlántico al eje Índico-Pacífico. Surgen nuevas potencias mundiales. Aparece internet y toda la tecnología basada en la comunicación. Se terminan los grandes programas ideológicos típicos de lo que se llamó modernidad.
Planteas algo así como aquel fin de la Historia que profetizaba Francis Fukuyama inmediatamente después de la caída del Bloque del Este. No es el fin de la Historia entendido como el fin de los conflictos o como el fin de las luchas ideológicas. Asistimos a un cambio de Edad pero no se acaba la Historia, simplemente empieza otra.
¿No crees entonces, como Fukuyama, que la lucha de clases es un concepto superado? En absoluto. Sigue ahí, vivo, lo que pasa es que ahora la ganan las minorías, los capitostes del capitalismo financiero que son los que marcan los ritmos y las condiciones.
¿Qué nombre le pondremos a esa nueva Edad? ¿Es esa Edad la de aquella posmodernidad casi ya olvidada de los ochenta? No. La posmodernidad fue poco más que una playa filosófica a la que se llegaba después de muchos años de debates y cuestionamientos. Fue como una ola cultural que vino y lo remojó todo pero que también pasó. No sé ni siquiera como la llamaremos. Es imposible saber qué nos deparará el futuro porque la realidad se mueve de forma increíblemente veloz. Un horizonte de dos a cinco años parece totalmente imposible de prever. En dos o tres años habrán ocurrido demasiadas cosas. Con ese punto de partida resulta imposible aventurar cómo será el próximo siglo o, incluso, los próximos veinte años. No sé cómo la llamaremos pero tengo claro que vendrá determinada por la aceleración, la incertidumbre, el peso de la tecnología, el desarrollo sin precedentes de las comunicaciones y el declive definitivo del capitalismo industrial.
Internet parece ser la clave de todo. Es algo que ya se ha apoderado de nuestras vidas y hace poco ni siquiera estábamos acostumbrados a su uso. No hace más de cuatro años que aparecieron las llamadas “redes sociales” ¿Dónde estarán las que hoy conocemos dentro de cuatro años? ¿Qué habrá entonces? Te hablo tan solo de cuatro años, no de cuarenta.
En tu esquema, es la ciencia la que pilota la nave, la que propicia todos esos avances que marcarán el ritmo vertiginoso que anticipas. La investigación abstracta avanza en una progresión de vértigo, los desarrollos tecnológicos son cada vez más rápidos, todo ello aparece imbricado con una serie de cambios sociales y políticos que a veces repiten esquemas del pasado y otras introducen elementos del todo novedosos.
Hablabas de un nuevo contrato social, ¿En qué consiste? Lo estamos buscando todavía. Esa es parte de nuestra preocupación. Lo único que sabemos es que el que había ha saltado por los aires y ya no volveremos a recuperarlo.
Me preocupa la capacidad de adaptación de una comunidad autónoma tan conservadora como Aragón a esa nueva y compleja realidad de la que hablas. Aragón irá a remolque de ese tren, que es lo que toca. Aragón no tiene ni masa crítica ni capacidad para ser más de lo que es y, ante un panorama como el que se nos presenta, hará lo que ha hecho siempre. En realidad, tampoco vale culpar a Aragón de nada, somos el promedio de lo que es España, ni más ni menos. No pensemos que por ahí las cosas son mucho mejores. Somos una comunidad que carece de horizonte estratégico. No sabemos qué es lo que queremos ni cómo conseguirlo. Hemos tenido momentos interesantes, como por ejemplo la Expo, pero los hemos dejado pasar sin aprovecharlos. Hay un dato clave, ¿Cuántos ministros aragoneses ha habido en los últimos ochenta años? ¿Tres o cuatro? Con Dictadura, con Democracia, da igual. Eso indica perfectamente que no hay más cera que la que arde, que no pintamos nada, o muy poco. Tenemos que empezar a mirarnos al espejo y aceptar lo que vemos. Tampoco pasa nada.
O sea, que no tenemos ninguna posibilidad… Sí, lo que pasa es que aquí hemos tirado siempre de la rutina, con una serie de aspiraciones absurdas que han servido para movilizar al personal. El túnel del Somport, por ejemplo, que es algo que queremos a toda costa aunque lleva a una carretera estrecha de montaña… o un aeropuerto en Huesca…
O la Expo. Se hicieron arreglos con la Expo. La ciudad quedó más maja pero nos gastamos millones de euros en un evento bastante mediocre. Si se hubiera hecho bien…
Sigamos con la lista de aspiraciones absurdas, el aeródromo de Caudé, Motorland… Hemos manejado siempre la queja histórica del déficit de inversiones de Madrid y cuando el dinero por fin viene, lo que hacemos es gastarlo en cosas inútiles. Son oportunidades perdidas. Nos limitamos a copiar lo que hacen los demás. Fíjate en el tema de Gran Scala. Llegan unos inversionistas de serie Z a decir que quieren montar Las Vegas en los Monegros… ¡y todos se lo creen! Nos tiramos tres años dándole vueltas al tema, hacemos una ley específica para eso… ¿y al final qué? Eso solo significa que no tenemos ni puta idea. Pero ya te digo que, para nuestro consuelo, le pasa lo mismo al resto de los españoles.
Hay también un cierto abuso de determinada simbología patriótica en la escena aragonesa y en ese sentido la televisión autonómica hace muy bien su trabajo. En general, la bandera, los himnos, el escudo, la competencia con los vecinos… todos esos factores emocionales vienen muy bien para tapar todo lo que está pasando. Artur Mas no hace otra cosa que sacar la senyera y la independencia para tapar los recortes brutales que su gobierno ha practicado. Tenemos que tener ya muy claro que, más allá de los gestos, Aragón es un territorio como Noruega o Dinamarca. ¿Verdad que ni Noruega ni Dinamarca salen nunca en los telediarios? Pues lo mismo pasa con Aragón. Tampoco salimos en los medios, aquí no ocurren cosas que afecten al resto de nuestros vecinos. Aragón no influye en los acontecimientos, más bien es influido por los acontecimientos Pero, repito, no pasa nada por eso.
Quizá, en parte, pueda deberse a la escasa capacidad de la escena política aragonesa para plantear cambios sean cuales sean los resultados electorales que se produzcan. La mayoría de la población aragonesa habita en las grandes ciudades y sin embargo, tanto PP como PSOE tienen que acabar pactando siempre con el PAR, un partido eminentemente rural, con casi nulo respaldo en el electorado urbano, pero que sí que tiene muy clara su idea de lo que debe ser Aragón. El PAR se ha tenido que refugiar en el territorio y eso ha potenciado su marchamo rural. Ha hecho lo que tenía que hacer: adaptarse a lo que ya es, un partido clientelar articulado en torno a intereses familiares o de pequeños colectivos. Ha asumido esa atmosfera cultural, el aragonesismo baturro de lugares comunes, y nos ha dejado sin una estrategia real, sabiendo como todos sabemos que eso carece de sentido. Creo que, por otra parte, se le está acabado el recorrido.
Lo que parece claro es que la escena política española, también por supuesto la aragonesa, está sufriendo una profunda transformación como resultado de la crisis y también de la aparición nuevos movimientos sociales. Eso está claro. La socialdemocracia está desapareciendo como alternativa a la derecha y eso va a provocar que nadie vaya a ser determinante en un futuro próximo tal y como lo fue en el pasado. No veo muy bien cuál es el relevo en la izquierda. ¿Izquierda Unida, el 15M…? Caminamos hacia un escenario de inestabilidad política constante, como Italia. Los próximos resultados electorales serán muy difíciles de gestionar.
¿Crees que echaremos de menos lo que teníamos a pesar de lo mucho que hemos denostado el bipartidismo de facto? Echaremos de menos la estabilidad. Los cambios siempre producen vértigo y ahora mismo desconocemos por completo nuestro futuro a corto. Antes me hablabas de la Transición. Durante la Transición, teníamos un horizonte claro: conseguir las libertades políticas de Europa y sus programas sociales más o menos avanzados o utópicos. Sabíamos qué queríamos y también sabíamos que con nuestra actividad podíamos propiciar los cambios. Durante la Dictadura, y especialmente tras la muerte de Franco, los que militábamos o habíamos militado en el antifranquismo, que éramos cuatro gatos, sabíamos que teníamos capacidad de manejar los procesos. Ahora mismo nadie sabe ni siquiera cuales son los procesos.
Tú que la viviste, ¿echas de menos aquella época? No, en absoluto. No la echo de menos. El tardofranquismo fue, a pesar de todo, una buena época porque había lugar para las ilusiones, se percibía un cambio cultural que se manifestaba en el interés por la literatura, el cine o la música… pero aquellos años no fueron más emocionantes que los de ahora. Había grupos de gente que nos juntábamos con un programa a debatir y que acabábamos creando una organización.
¿También tú? Sí. Yo formaba parte de Larga Marcha a la Revolución Socialista. Nos basábamos en una filosofía por entonces todavía vigente que era Mayo del 68. Esa osadía sí que se echa de menos hoy en día. Hoy hay un fuerte descreimiento. No hay doctrina ni imaginario que te permita suponer que haciendo determinadas cosas tu vida va a ser mejor. No hay nada, aunque el incentivo sigue existiendo.
A pesar de todo sigues manteniendo posturas coherentes con el lugar del que procedes. Al menos en tus columnas. ¿Te sientes solo? Un poco sí. En realidad ser una cucaracha sobre un plato de nata tiene su gracia. Disfruto de una independencia intelectual de la que me siento muy orgulloso. Cuando salí de Heraldo de Aragón perdí una fuerte presencia en la escena pública aragonesa. Yo era el subdirector de un medio masivo y mi salida supuso pérdida de influencia, pero me he adaptado perfectamente a la nueva realidad y en El Periódico he conseguido ir articulando un discurso que me identifica. Si hubiera tenido otro tipo de vida probablemente no podría haberme permitido ser tan libre. Imagínate que tuviera hijos o gente a mi cargo a la que pudiera perjudicar, en ese caso quizá habría sido más condescendiente y me hubiera limitado a hacer mi trabajo, más preocupado por llevar la nómina a casa que por decir lo que creo. Tengo la suerte de vivir muy a mi aire y en consecuencia estoy menos domesticado.
Esa condición tuya de persona con experiencia y perspectiva amplia, capaz de decir lo que piensa sin cortarse demasiado, puede recordarnos a lo que fue Labordeta durante sus últimos años, algo así como el niño del cuento que no solo veía que el emperador iba desnudo sino que se atrevía a decirlo ¿Te ves a ti mismo en esa tesitura? (risas) Labordeta y yo hemos sido siempre muy diferentes en muchas cosas. No, no. Puedo decirte que acabo de cumplir sesenta años y que debo hacer lo que hago. Seguramente eso debería ser lo habitual, pero hoy, desgraciadamente, no lo es.
Terminamos siempre nuestras entrevistas con tres recomendaciones del entrevistado. Un libro, una peli y un disco. Me gusta bastante el concierto de Led Zeppelin que acaban de editar hace poco, que es de 1976. Libro, me quedo con “Los siete pilares de la Sabiduría” de T.H.Lawrence, y otros doscientos. Y peli: “Espartaco” de Kubrick.
Jesús Cirac