Cap. VIIII
Sobre la disposición de las líneas y el orden de los combatientes
Al día siguiente, alrededor de la medianoche, la voz de júbilo y reconocimiento resonó en las tiendas de campaña cristianas, y con la voz del pregón se llamó para que todos cogieran sus armas para la guerra del Señor. Celebradas así las pasiones, los misterios, y una vez hecha la confesión, habiendo recibido los sacramentos, una vez tomadas las armas, partieron hacia la batalla campal; y dispuestas las líneas, así como habían sido asignadas anteriormente entre los príncipes castellanos, Diego López junto a los suyos se hizo cargo de la vanguardia; en la línea central el conde Gonzalo Nuño con los monjes del Temple, del Hospital, de Uclés y de Calatrava; Rodrigo Díaz de Camberis, su hermano Álvaro Díaz, Juan González y otros nobles junto a ellos; en la retaguardia el noble rey Alfonso, Rodrigo arzobispo de Toledo junto a él y otros obispos ya mencionados. Los barones Gonzalo Rodrigo y sus hermanos, Rodrigo Pedro de Villalobos, Suerio Tello, Fernando García y otros. En cada una de estas líneas estaban las tropas ordinarias de las ciudades tal y como fue ordenado.
El valiente rey Pedro de Aragón distribuyó su ejército en igual número de líneas de batalla; García Romero se hizo cargo de la vanguardia; Jimeno Cornel y Aznar Pardo de la segunda línea; en la última estaba él en persona con otros señores de su reino; de este mismo modo dispuso a otros de sus nobles en el flanco. Incluso él mismo llevaba consigo tropas ordinarias de las ciudades de Castilla. El rey Sancho de Navarra, especialmente reconocido por la garantía de su valor, avanzaba con sus nobles a la derecha del rey, y en su séquito estaban las milicias de las ciudades de Segovia, Ávila y Medina. Habiéndose dispuesto así las líneas, elevado las manos al cielo, dirigido los ojos al Señor, animado los corazones hacia el martirio, izado los estandartes de la fe e invocado el nombre del Señor, todos a una llegaron al momento decisivo de la batalla…
Cap. XI
Sobre las hazañas de los combatientes
Creo que nadie puede contar las acciones que se realizaron en particular por los nobles, puesto que nadie pudo fijarse en todas ellas en particular, es decir, de qué modo el atrevido valor de los aragoneses colaboró en la matanza, de qué modo fácilmente dio alcance a los huidos con rapidez, cuán valientemente Jimeno Cornel se unió con su tropa a los que luchaban en primera línea, de qué modo García Romero y Aznar Pardo junto con otros nobles de Aragón y Cataluña terminaron magníficamente con las dudas de la batalla, de qué modo la aguerrida rapidez de los navarros se lanzó a la inminencia del combate y persiguió a los que huían, de qué modo también los ultramontanos que habían quedado resistieron con gran ofrecimiento los ataques de los agarenos, de qué modo la magnífica nobleza de los castellanos y su noble grandeza suplió todo con abundantes recursos, detuvo los peligros con mano valerosa, se adelantó a las escaramuzas con espada vencedora, allanó las asperezas con feliz victoria, transformó en gloria las afrentas a la cruz y endulzó con cantos de alabanza las blasfemias del enemigo. Pero si quisiera seguir contando las hazañas de cada uno, mi mano se cansaría de escribir antes de que me faltara materia que relatar.
De tal forma la gracia previsora había equipado a todos, que ninguno de éstos, que parecían ser algo, intentaba buscar otra cosa que no fuera sufrir o ganarse el martirio. Y así, una vez finalizado todo esto felizmente, nos sentamos cansados en las tiendas de los agarenos hacia la puesta del sol, aunque bastante confortados por la alegre victoria y ninguno de los nuestros regresó al campamento, excepto la servidumbre para traer el equipaje. Hubo tal cantidad de árabes en el campo que apenas pudimos ocupar la mitad de su extensión. Quienes quisieron saquear en el campo encontraron muchas cosas, oro, por supuesto plata, preciosos vestidos, materiales de seda y muchos otros adornos valiosísimos, y ciertamente mucho dinero y vasos valiosos, de lo que todo en su mayor parte se apoderaron los infantes y otros soldados de Aragón. Pues los grandes, y a los que había ennoblecido la pasión a la fe, el respeto a la ley y el amor por la valentía, que despreciaban todas estas cosas, continuaron hasta la noche valientemente con la persecución, sobre todo puesto que el día anterior, para que nadie se dedicara al saqueo del campo, el arzobispo de Toledo lo había prohibido bajo pena de excomunión si la divina providencia se dignaba a conceder la victoria…
Traducción de Rodrigo Delgado Martín del texto original de Rodrigo Jiménez de Rada, De rebus Hispaniae.