Lágrimas de cocodrilo. O crónica de una muerte anunciada. O traidor, inconfeso y mártir. O… De muchas maneras se podría haber titulado este artículo sobre la muerte, (o más bien sobre el ejercicio de mendacidad y de hipocresía que profesan nuestros políticos –cada vez menos nuestros, puesto que no atienden a los anhelos, problemas y esperanzas del vulgo, sino a sus gruesas cuentas bancarias) del Político Artífice de la Santa Transición, Adolfo Suárez.
Curioso personaje, y curiosa circunstancia que le tocó vivir: desde el rancio Movimiento Nacional, hasta la Democracia Española, un viaje lleno de aciertos y errores, algunos de bulto, como el desastre autonómico, que nos han llevado al borde del abismo, (esperemos que no se les ocurra a algunos aquello de que hay que dar pasos hacia adelante) jaleado en su momento por la flor y nata del Régimen, excepto por los franquistas más recalcitrantes, que vieron en la Transición la oportunidad de que todo cambiase para que todo siguiese igual: seguirían mandando los mismos, seguirían teniendo los resortes del gran dinero los mismos, y algunos hijos díscolos de aquellos franquistas con complejo de Edipo (o de Electra) aprovechaban para saldar cuentas familiares pasándose a la nueva izquierda (y las familias felices, porque así tenían huevos en todas las cestas), generosamente subvencionada por la socialdemocracia alemana, en la que cualquier recuerdo de luchadores antifranquistas de verdad se quedaron en sólo eso, recuerdos personales y mitología de pan llevar, azuzada por algún periódico, como al que recientemente le han perdonado una deuda de varios millones de euros, por que no saben financiarse solos.
El ejercicio de mentiras y medias verdades a que nos vamos a ser sometidos va a ser un espectáculo dantesco, vamos a ver como con las mismas piedras con que lapidaron al viejo político se van a levantar por toda España monumentos a su memoria. Monumentos ante los que gente como el cántabro Revilla depositará algunas latas de anchoas y alguna botella de sidra y aun habremos de ver como otros políticos bisagras, representantes de lo peor del nuevo régimen democrático ejercerán de plañideras por el gran hombre que hemos perdido, etc, etc,… por ejemplo el aragonés Biel, bautizará alguna curva de Motorland con su nombre (el de Suárez, no el propio que quedaría redundante) y algunos hablarán del espíritu de servicio y de virtudes cívicas. Que asco que dan. Lo del espíritu de servicio en gente de la generación del abulense se podía tolerar porque aparentaba ser verdadero, ahora cuando algún político habla de ese espíritu, agarren su cartera y preten a correr en la dirección contraria. Es lo que hay, como proclamaba Max Estrella, el extraordinario personaje de Valle-Inclán:
“Los héroes clásicos reflejados en los espejos cóncavos dan el esperpento. El sentido trágico de la vida española sólo puede darse con una estética sistemáticamente deformada. España es una deformación grotesca de la civilización europea”.
No se puede decir más con menos palabras.
Manuel Bordallo