El pasado jueves terminó el plazo para que Lance Armstrong recurriese ante el Tribunal Arbitral del Deporte (TAS) la sanción por la cual se queda sin sus siete Tours de Francia, así que ya nada ni nadie pueden limpiar la mácula de este singular personaje que atrajo los flashes del periodismo deportivo mundial durante siete años.
Tras el anuncio de la Unión Ciclista Internacional (UCI) de acatar y hacer propia la sentencia de la Agencia Estadounidense Antidopaje (USADA), dejando al americano sin sus siete Tours de Francia, la polémica no se ha hecho esperar. Las acusaciones van a tres bandas; unos aplauden la decisión, aunque con matices; otros se manifiestan totalmente en contra, argumentando que no es serio aplicar esta sanción con más de diez años de retraso; y otros, los más, se encuentran entre ambas opiniones: está bien que se le castigue, pero debería haber sido en su momento, esto ahora no es muy serio. Desde luego que el ciclismo debe engrasar más y mejor sus mecanismos de alerta para que no vuelva a ocurrir una situación como esta, que este deporte no puede permitirse en un momento tan delicado como el actual. Entre los que se congratulan con la decisión hay mucho detractor del tejano, con o sin dopaje, y entre los contrarios, admiradores obcecados con la figura de un hombre que batió los récords de la ronda francesa, quizá algo mesiánicos buscando siempre un superman entre los mortales al que admirar.
Me llama mucho la atención, sobre todo, la insinuación de la USADA de que Hein Verbruggen, presidente la UCI de 1991 a 2005, podría haber estado al corriente de todo desde el principio, pero prefirió mirar hacia otro lado. Armstrong era un héroe mundial, un superviviente del cáncer capaz de poner en jaque al mejor pelotón ciclista del mundo, incluso tiene una fundación para luchar contra esa enfermedad. Eso sin lugar a dudas da mucha audiencia, millones de personas aplaudiendo sus gestas después de comer sentados en su sofá frente al televisor. Verbruggen desoyó las acusaciones de sus compañeros de equipo, de agencias menos importantes que la USADA y de investigaciones periodísticas, no era cuestión de matar a la gallina de los huevos de oro. Incluso Floyd Landys sugirió que Armstrong le había pagado 100.000€ al presidente de la UCI por su silencio. Ahora se defiende cual avestruz, metiendo la cabeza en un agujero para no ver el peligro o no mostrar su vergüenza, porque defenderse, lo que es defenderse, mejor para otro día.
Once de sus excompañeros de equipo confesaron ante la USADA haberse dopado bajo las órdenes de Lance. La misma agencia afirmó que Armstrong era el cerebro e instigador de la trama, a la cual definía como el sistema más sofisticado, profesionalizado y exitoso de dopaje que el deporte jamás ha visto. Normalmente, cuando en un equipo ciclista salta un escándalo de dopaje los responsables e ideólogos son los técnicos del equipo, que presionan al corredor para conseguir mejores resultados a cambio de más y mejores contratos. En este caso no, todo era dirigido por un corredor. Esto no hacía mas que confirmar una cosa, al margen del dopaje, que se veía desde fuera por los aficionados: el equipo era él, él fichaba, él decidía las tácticas y él era el que hablaba con los espónsors.
Armstrong en sus comienzos era un buen ciclista, no se le daban mal las clásicas y pescaba alguna etapa que otra en las grandes vueltas. Tras superar su cáncer testicular con metástasis en los pulmones y el cerebro escribió “Mi vuelta a la vida”, que rápidamente se convirtió en un best seller en USA y más tarde en el resto del mundo, especialmente en Europa. Esto le granjeó la simpatía de una legión de seguidores que nunca habían intentado ver una carrera ciclista en su vida. Su regreso a la competición no fue nada bueno, estuvo a punto de retirarse definitivamente, pero recapacitó y vino a correr la Vuelta a España, donde finalizó en un sorprendente cuarto puesto. Ahí forjó su leyenda, desde entonces un cambio se hizo efectivo en su cerebro y ¿en su metabolismo? por el que nada volvería a ser lo mismo en su vida.
Ganó siete Tours consecutivos, una barbaridad que nadie había conseguido ni conseguirá. Esto le convertía en el mejor ciclista en la historia del Tour, que no del ciclismo. Había grabado su nombre para la posteridad y todos le recordarían como un Hércules del deporte. A mí, como aficionado, no me tenía de su parte. Su comportamiento tanto en carrera como fuera de ella estaba fuera de toda la ortodoxia ciclista que se conocía hasta la fecha, y yo para eso, soy un purista. Empezó su declive ante mis ojos con lo del “molinete” dando pedales en las ascensiones, hasta ahí solo era una rareza mía. Luego vino todo su faranduleo; sus declaraciones a la prensa llenas de soberbia, sus desplazamientos en jet privado durante las carreras mientras el resto lo hacía en los medios puestos por la organización, su si yo me caigo me esperáis pero si os caéis vosotros os buscáis la vida, sus guardaespaldas, sus divorcios y novias famosas y lo peor de todo: adulterar la competición. Y no, no me refiero al doping sino a que fichaba a todo aquel que veía que le podía hacer frente, como en el caso de Roberto Heras y Andreas Kloden. Como era el equipo que más pasta tenía se limitaba a hacerse con los servicios de sus rivales y los ponía a trabajar para él. Esto le hizo un grave daño al ciclismo puesto que limitó, en la mayoría de ocasiones, a gran parte de las carreras del calendario internacional de la participación de muchos de los mejores deportistas de la época, lo que provocó que el interés se restringiera solo al Tour. Entre esto y el dopaje tenemos al ciclismo en la UCI, nunca peor dicho. Y eso no se lo perdonaré jamás.
Carlos Garcés.
Pequeña reflexión al pie: ¿Se imaginan al Consejo Superior de Deportes o las federaciones españolas persiguiendo a uno de nuestros campeones del mundo? La prensa y la sociedad se les iban a tirar al cuello. Pues eso es más o menos lo que ha hecho la USADA. Todavía tenemos mucho que aprender.