No podí
amos dejar pasar la ocasión de estrenarnos reseñando uno de los trabajos llamados a ser candidatos a mejor disco del año. Afirmar que la veterana Polly Jean es una de las grandes estrellas de ese etéreo universo llamado “música alternativa” es no decir nada. Ahí están su larga discografía o sus celebres colaboraciones con colegas de la talla de Nick Cave o Thom Yorke. Durante casi veinte años, PJ Harvey se ha desenvuelto en un mundo a pesar de todo casi exclusivamente masculino encarnando a la perfección la versión femenina del artista ensimismado y visceral. Sus maquillajes imposibles, sus tocados de plumas, sus canciones agrias, sus morritos de niña pequeña con la suficiente mala leche como para empuñar una guitarra eléctrica hasta dejarla exhausta. Polly Jean no necesitaba parir un disco como este para seguir disfrutando del favor de la crítica y de sus muchos fieles pero ha tenido a bien hacerlo. El resultado es muy grande, enorme. Concebido como alegato antibelicista, trasciende su propósito inicial de narrar el horror vivido por las tropas británicas durante la Primera Guerra Mundial para convertirse en urgente recordatorio de la angustia que nos deparan los tiempos que corren. El tema que le da titulo aniquila las defensas del oyente con un extraño solo de xilófono, casi a la Violent Femmes, sobre el que planea su voz de adolescente acatarrada preparándonos para una sucesión de canciones construidas sobre la duda acerca de si lo que pretende es acariciar o agredir. The Glorious Land abduce, apabulla. On Battleship Hill debería durar horas y horas. En Let England Shake hay arpas celestiales, saxos desafinados y guitarras que ascienden y ascienden hasta difuminarse en el cielo gris. Hay furia contenida, explicita mala leche y dulzura. Están el rock correoso de los Bad Seeds (no en vano el veterano Mick Harvey produce, hace coros y toca varios instrumentos) pero también los aires campestres de Fairport Convention o The Pogues. Un disco magnífico, un clásico, ya.
