Lo que se lleva el viento

Dicen que no podemos volver atrás, hacer retroceder el reloj y regresar a antes de esta maldita crisis. Unos lo dicen recetando supositorios de supuesto realismo, y nos preparan así para comulgar con ruedas de molino: abrochaos los cinturones porque vienen curvas; aceptad lo malo y quizá evitéis así lo peor. Otros lo dicen con carga de moralina: expiemos nuestros pecados, porque fuimos malos, vivimos por encima de nuestras posibilidades y ahora lo tenemos que pagar. Eso sí, a mí aún me mosquea que apoquinen y les quiten más a quienes menos han vivido más allá de sus posibilidades, y que demos más a los que –verbigracia bancos y cajas– sí lo han hecho…

Pero, después de todo, quizá no sea tan mala idea la de no volver atrás. Aunque no por renunciar a lo perdido, sino para conquistar algo mejor. Cuando, frente a la minoría de arriba, se diría que los de abajo no pueden sino instalarse en trincheras defensivas de lo que están perdiendo, y de un tiempo a esta parte no dejamos de perder, tal vez convenga cambiar de estrategia. O al menos unirla a otra cosida a un horizonte, concédanmelo, utópico. Además de defender derechos en peligro, y a menor defensa más se perderán, convendría que se cumplan más y mejor que antes. Aparte de exigir a los poderes públicos e instituciones que legislen y gobiernen para la ciudadanía, acaso sea hora de construir nuestro mundo paralelamente al margen de ellos. Y más que volver atrás, a los días de vino, rosas y pelotazos, bueno sería recordar que el crecimiento infinito es imposible y suicida, que las desigualdades e injusticias persistían, que la mayor parte del planeta estaba en crisis peores y que, como escribiera hace tiempo Eduardo Galeano, la riqueza nunca es del todo inocente.

No sé si alguien tiene la receta buena, ni mucho menos si es la de aprovechar la crisis para, ¡herejía!, cambiar el modelo de sociedad y sus valores. Pero, embriagados de supuesta opulencia, creímos que el Estado del bienestar había llegado para quedarse, como traduciendo un posible fin de la historia, y eso nos desmovilizó e hizo olvidar que tal vez era solo una etapa más de la modernidad, tan contingente, frágil y mejorable como cualquier otra.

 José Luis Ledesma

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