Extraído de EL PAÍS / Madrid / 29-12-2012
Una breve nota en el BOE, cuya lectura, normalmente, no levanta pasiones, provocó este mes un duro comunicado de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH). Se trataba de una orden ministerial con la que se daba luz verde a la sucesión del marqués de Dávila, título con el que el anterior jefe del Estado recompensó en 1949 a Fidel Dávila, uno de los militares que le secundaron en la sublevación que dio inicio a la Guerra Civil en 1936. “Un acto reprochable desde cualquier punto de vista democrático, además de una forma de maltrato por parte del Estado hacia las víctimas de la dictadura”, clamó la ARMH.
Era el sexto título de nobleza, de los creados por Francisco Franco, cuya sucesión tramitaba Alberto Ruiz Gallardón desde que se hizo cargo del Departamento de Justicia, hace un año. Cuatro de los expedientes llevaban guardados en un cajón varios años, paralizados por su antecesor, el socialista Francisco Caamaño, ante las protestas de los sectores que los consideran símbolos del franquismo, condenados a desaparecer por la Ley de Memoria Histórica de finales de 2007.
Las tramitaciones congeladas eran, además de la renovación de una grandeza de España, las del duque de Mola, concedida por Franco al general Emilio Mola en 1948 (el ministro Mariano Fernández Bermejo llegó a firmar la orden previa, pero no se le expidió carta de sucesión); la del conde de El Abra, título con el que fue recompensado el empresario Alfonso Churruca Calbetón en 1969, y, sobre todo, la del marqués de Queipo de Llano, solicitada por Gonzalo Queipo de Llano Mencos, nieto del militar más denostado del bando nacional, Gonzalo Queipo de Llano y Sierra, que lo recibió en 1950. Ya con menor polémica, Gallardón ha tramitado este año la sucesión del conde de Pallasar, creado también por Franco.
El Ministerio de Justicia alega que no ha hecho más que cumplir la ley. “Consultamos a los técnicos del Ministerio y a la Abogacía del Estado, que hicieron un estudio exhaustivo y llegaron a la conclusión de que no había base jurídica para paralizar esas sucesiones”, explica el subsecretario de Justicia responsable de la materia, Juan Bravo. “Todos los Gobiernos de la Transición las han tramitado sin problemas”, añade.
Ha pasado sin la menor oposición, en cambio, en 2011 la sucesión del conde de Fenosa, otro título concedido por Franco, pero que, debido a la modificación de la cabeza de línea, aprobada por el rey Juan Carlos I en 2001, ha pasado a engrosar los títulos creados por el Rey. No ha tenido la misma suerte el marqués de Queipo de Llano, pese a que el título, poco apreciado por el militar que lo recibió, quedó en desuso y fue rehabilitado en 1981. La iniciativa partió de su hijo, Gonzalo Queipo de Llano Martí, y se la concedió el rey Juan Carlos.
Más allá de la polémica política, sorprende que el dictador se atribuyera la capacidad de crear aristócratas, una prerrogativa asociada a los reyes. Aunque “la concesión de títulos nobiliarios es inherente al ejercicio de potestades soberanas”, explica un portavoz de la Diputación de la Grandeza, organismo experto en nobleza que asesora al Ministerio de Justicia. Y Franco ejerció durante casi 40 años esas potestades.
Una vez aprobada la ley de sucesión que definía a España como reino, el dictador hizo uso de esa potestad con notable frecuencia. Entre 1948 y 1974, un año antes de su muerte, concedió 40 títulos nobiliarios. Dieciséis fueron para militares que le secundaron en la cruzada. Las primeras dignidades, del 18 de julio de 1948, recompensaron a título póstumo a José Antonio Primo de Rivera (duque de Primo de Rivera); José Calvo Sotelo, político asesinado en vísperas de la Guerra Civil (duque de Calvo Sotelo), y Emilio Mola y Vidal (duque de Mola), además de una cuarta para el capitán general José Moscardó Ituarte, convertido en conde del Alcázar de Toledo. Más tarde les llegaría el turno a otros colaboradores en la guerra. El dictador reconoció también cerca de 200 títulos carlistas como recompensa por el apoyo del carlismo a la cruzada. Uno de ellos, el de vizconde de Barrionuevo, lo rehabilitó en 1982 el padre del exministro del Interior socialista José Barrionuevo, y la titular es ahora su hermana, Matilde Barrionuevo Peña.
Antes que Franco, Napoleón otorgó unos 3.000 títulos nobiliarios en Francia. Y en España, señala la Diputación de la Grandeza, “durante la ocupación francesa, en 1808, la Junta de Extremadura concedió el primer título no otorgado por el rey”. Más adelante, el general Serrano, regente entre 1868 y 1870; el Consejo de Regencia de España e Indias (1810-1814), y el general Espartero, regente entre 1840 y 1843, harían lo propio.
Regencias breves, nada comparables a los más de 37 años de franquismo. Un régimen asentado sobre los escombros de una guerra que dejó centenares de miles de muertos, algunos de los cuales (113.000 según la ARMH) siguen enterrados en fosas comunes. “Son títulos que tienen un matiz desagradable, es cierto”, dice Enrique Soria Mesa, catedrático de Historia Moderna en la Universidad de Córdoba y uno de los máximos expertos españoles en títulos nobiliarios. “La guerra está todavía muy reciente en la memoria de la gente. Los generales de Franco son vistos además como advenedizos por los nobles antiguos”.
Pero el tiempo cicatriza las heridas y proporciona una pátina de honorabilidad a todas las cosas. “La nobleza ha sido capaz de crear una conciencia de eternidad, como si esos títulos fueran la recompensa de grandes y nobles gestos, cuando no siempre ha sido así”, añade Soria. “Si uno estudia la genealogía de los grandes apellidos de la nobleza española, los Álvarez de Toledo o los Fernández de Córdoba, por poner un ejemplo, se encuentra con que son grupos de vencedores que apoyaron al bando correcto en grandes contiendas sucesorias. Pero esos mismos nobles, en su tiempo, eran advenedizos para la vieja nobleza de Castilla y León que estaba desapareciendo”.
Por no hablar de la relación entre nobleza y finanzas. “Noventa y uno de los 318 títulos nobiliarios que Felipe V otorgó en Castilla, Navarra y Aragón fueron venales, es decir, se entregaron a cambio de dinero”, dice María del Mar Felices, investigadora de la Facultad de Geografía e Historia de la Universidad de Almería, que ha realizado un trabajo sobre el tema. Su adversario, el archiduque Carlos de Austria, creó más de un centenar de nobles también para recompensar a sus sostenedores, que Felipe V convalidó. Era el mejor modo de congraciarse con los que le habían combatido.