La línea del frente se había derrumbado y las tropas franquistas estaban a las puertas de la ciudad. Pero desde que comenzó la ofensiva hasta el 17 de marzo hubo tiempo suficiente para organizar la evacuación.  Lo más difícil era evacuar a la población civil. La prensa franquista la presenta como obligatoria y afirma que se habían preparado  «trenes especiales en los que materialmente embutían a los habitantes todos de Caspe sin compasión alguna ni de las mujeres ni de los niños; muchos de los cuales por que [sic] ofrecían resistencia al dejar el pueblo de sus amores eran golpeados brutalmente» (lo decía en Nueva España, de Huesca, «El Tebib Arrumi», seudónimo de guerra Víctor Ruiz, abuelo del actual ministro de Justicia).

Sin embargo, no todos fueron evacuados. Muchas personas huyeron a las huertas y a los montes cercanos, y otras se escondieron en los refugios, cuando sonó la sirena que indicaba el inicio de la evacuación (o, tal vez, la llegada de las tropas franquistas). Algunas de estas personas volvieron, o salieron de los refugios, ese mismo día, pero al siguiente había regresado menos de un quinto de la población. La situación sólo comenzó a normalizarse a comienzos de abril.

Al contrario que es otras poblaciones, no hubo destrozos. Las crónicas hablan únicamente de algunas casas incendiadas en los arrabales, y de la voladura del puente del Guadalope, fundamental para retrasar el avance de los conquistadores.

¿Dónde fueron a parar los caspolinos? Es muy probable que muchos de ellos lo hiciesen a Barcelona, donde acababa la línea de ferrocarril; allí se establecieron quienes habían ejercido cargos públicos. Hubo que llevarse a Barcelona toda la documentación que habían producido el Consejo de Aragón y, más tarde, el Gobernador General de Aragón, José Ignacio Mantecón. Esta parte de la evacuación debió de ser modélica y el 26 de marzo cuatro funcionarios del Ministerio de la Gobernación (entre ellos Fidel Baylo, secretario del Gobierno General) fueron premiados por su «conducta notable». Más tarde vendría la rendición de cuentas, como la que se pidió al director del Hospital de Caspe (junto a otros directores).

En Barcelona hubo un intento de mantener unidos a todos los caspolinos evacuados y la colectividad campesina se reunió al menos dos veces, los días 19 de junio y 3 de julio. Lo mismo ocurrió con otras colectividades aragonesas, pero pasados los primeros momentos dejaron de reunirse, porque no había nada que decidir y tras la ruptura en dos de la zona republicana dejó de pensarse en un rápido retorno.

Los caspolinos se dispersaron por otras muchas localidades. Muchos de ellos fueron a parar a la provincia de Gerona (donde destacan las 37 personas que llegaron a Bañolas, pero también fueron a La Bisbal, Gerona y Palafrugell), pero también a otras localidades catalanas (Molins de Rei, Falset, Llinás del Vallés y Olesa de Montserrat). Salvo en algunas localidades, no se han conservado listas de evacuados, así que la relación hubo de ser mucho más amplia. Para las instituciones catalanas, los evacuados eran una carga cada vez más pesada: los aragoneses no eran los primeros en llegar, pues les habían precedido los evacuados del Norte, de Málaga, de Madrid… Afortunadamente para los aragoneses, muchos de ellos tenían familia o amigos en Barcelona.

La dispersión llevó a los caspolinos a muchos lugares. Por ejemplo, sabemos de la concesión de una beca de 300 pesetas mensuales a la niña Natividad Mora, alumna del instituto de Caspe, que a finales de mayo de 1938 había sido trasladada al Luis Vives, de Valencia. O de María Braña, profesora del instituto, trasladada al de Villacarrillo, en Jaén. Muchos de quienes estaban en edad militar se incorporaron al Ejército republicano y se dispersaron por todas las líneas de frente.

Más difícil es reconstruir las etapas posteriores. Algunas personas volvieron a Caspe cuanto los franquistas conquistaron Barcelona, pero otras tuvieron un recorrido más largo. Muchos pasaron a Francia cuando las tropas franquistas conquistaron Cataluña, y unos pocos se exiliaron a México. Allí fueron a parar, entre otros, el ingeniero industrial Juan Valentín Escobar, fallecido en 1981; o el que había sido gobernador general de Aragón, José Ignacio Mantecón, fallecido al año siguiente. De éste, conocemos las etapas de su viaje, que incluyen Barcelona, Toulouse, Madrid, Valencia, Gandía, Marsella, Londres y París.

Aunque algunos volvieron poco después de acabar la guerra, algunos tardaron mucho en hacerlo (Benito Roca, que había sido alcalde, no lo hizo hasta la década de los ochenta); muchos nunca la harían.

Antonio Peiró

Evacuados

Fotografía:  Fundación Pablo Iglesias

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