Tanto delante como detrás de la cámara, George Clooney parece erigirse en único candidato a continuar por la senda que desde hace años viene pisando casi en solitario Clint Eastwood para deleite de los que amamos las buenas historias. Un camino, en realidad, ya largo y transitado que recorre lo mejor de la producción hollywoodiense del último siglo y apunta directamente al panteón de los clásicos. El último trabajo de Clooney, actualmente en cartelera, no renuncia a ese clasicismo, que cada vez le acerca más a los más grandes, para permitirle brillar en pantalla dando vida a un candidato a la presidencia de los Estados Unidos no tan perfecto como aparenta.
En Los Idus de marzo, Clooney sigue ahondando en ese filón temático que, como realizador, abrió en el año 2005 con Buenas Noches, y buena suerte y que, en tareas interpretativas, se prolonga en Syriana, Up in the Air o incluso la estrambótica Tres Reyes. Ni más ni menos que una mirada crítica hacia la realidad social de su país, su presencia en el mundo y hacia el posicionamiento moral y cívico de sus ciudadanos. Si en Buenas Noches… afrontaba el legendario enfrentamiento entre el presentador de televisión Edward R. Murrow y el odioso senador Joseph MacCarthy con el trasfondo de la “caza de brujas” que se abatió sobre América en los años cincuenta, en Los Idus de marzo se adentra en el resbaladizo territorio de la alta política para mostrarnos lo fina que es la línea que separa la verdad de la mentira, la realidad de la apariencia, el idealismo juvenil del puro darwinismo social. Si en aquella nos aleccionaba acerca de la conveniencia de actuar, en esta nos advierte de los peligros que acechan a quien osa defender aquello en lo que cree. Partiendo de un contexto político, la campaña de las primarias del Partido Demócrata, Los Idus de marzo va más allá de los esquemas habituales del cine político (no busquen aquí rastros de Pontecorvo, Costa-Gavras, Ken Loach ni, por supuesto, Oliver Stone) o del thriller más o menos convencional para, sin renunciar a los componentes básicos de ambos géneros, construir una propuesta que, en su desenlace, nos remite de forma directa al esquema básico de las novelas de aprendizaje.
El idealista, exitoso y, a la postre, algo inmaduro asesor de campaña del Gobernador demócrata de Pennsilvania, y aspirante a candidato demócrata a la Casa Blanca, conseguirá descubrir la abrupta realidad que se esconde tras los grandes discursos. A saber, que en la política, y en la vida, todo vale y que aquel que no esté dispuesto a aceptar las reglas del juego hará bien retirándose de él. La trama de engaños, trampas y cuchilladas en el bajo vientre en que se verá envuelto el protagonista, magníficamente interpretado por Ryan Gosling (Drive), le llevará a afrontar su propia capacidad para evaluar las reglas y actuar en consecuencia. No hay piedad en la exposición narrativa. Ni dilemas morales. Hay que aprovechar el momento. Para cuatro días que vivimos tampoco vamos a andarnos con remilgos. Todas las vergüenzas del sistema quedan al descubierto con suma crudeza. Si a alguien le quedaban dudas acerca de la política y los políticos al ocupar su butaca, a buen seguro habrá terminado de finiquitarlas antes de la aparición de los títulos de crédito al final de la proyección.
En el estupendo reparto encontramos caras conocidas y apreciadas. El propio Clooney, señorial en la piel de un aspirante a Obama plagado de secretos y contradicciones. Un siempre esplendido Philip Seymour Hoffman como escéptico jefe de campaña de Clooney y, acaso, único referente moral de la historia. Y un Paul Giamatti venenoso dándole la réplica como jefe de campaña del enemigo. La reflexión que suele provocarme este tipo de películas, felizmente cada vez más habituales en las carteleras, y extrañamente gracias a Hollywood, es la siguiente: ¿Por qué una industria tan conservadora, en un país tan conservador, con una audiencia tan aparentemente conservadora y un star-system tan conservador acomete de forma tan descarnada obras tan demoledoramente críticas con el sistema que les sustenta a todos ellos? ¿Por qué en un país como el nuestro con una industria tan progresista, con una audiencia tan aparentemente progresista y unos actores y directores tan progresistas no se hace ninguna película minimamente crítica con el sistema político ni con la realidad social del país? ¿Hasta cuando seguirán pensando nuestros artistas que para ser de izquierdas basta con manifestarse contra la guerra, ejercer de piquete informativo o caracterizar a los guardias civiles como malos malísimos en las películas de época? ¿Produciremos algún día los españoles películas como Full Monty, Amén, Billy Elliot, Todos los hombres del Presidente, La vida de los otros, El Show de Truman, Lloviendo piedras o Los Idus de Marzo o seguiremos dejando que toda la fuerza se nos vaya por la boca?
Jesús Cirac