El juicio abierto en Barcelona el año 2010 contra la aviación fascista italiana por crímenes de lesa humanidad, cometidos durante los bombardeos de marzo de 1938 sobre Barcelona, ha dado un giro preocupante en estos últimos meses.
El 28 de diciembre del 2014 el Ministerio de Justicia, después de tres años de silencio, hacía pública una declaración oficial en la que instaba a la justicia italiana a colaborar con la lealtad que exigen los tratados de coordinación judicial europeos. Desde el inicio del litigio, la república italiana se ha desentendido de un juicio que pone en cuestión el revisionismo histórico que actualmente se sufre en Italia (entre otros, la difusión de la imagen del militar-caballero, que comporta la rehabilitación de combatientes fascistas) y que reclama la asunción de responsabilidades e indemnizaciones. Las palabras forzadas de la justicia española llegan con retraso, intentan camuflar el postfranquismo en el que está instalado el régimen y pretenden conjurar la exposición al ridículo internacional que significa continuar manteniendo una posición condescendiente con quien falta a sus obligaciones elementales.
La justicia italiana ha reaccionado durante la primavera. El 24 de abril de 2015 se daba a conocer que, después de ignorar dos comisiones rogatorias internacionales emitidas por la justicia española, la fiscalía italiana había interrogado, el 23 de enero, al ex-aviador Luigi Gnecchi, de 101 años de edad. Gnecchi es uno de los últimos vestigios de una generación de italianos, provenientes mayoritariamente de la aristocracia y la alta burguesía, que irrumpió en la modernidad cautivada por el discurso estético de Marinetti —apología de la guerra, culto al motor y la velocidad— y las ideas expansionistas del fascismo. Una generación de militares de élite que ha pasado a la historia universal de la infamia como responsable de ser la primera en utilizar el bombardeo aéreo sobre población civil indefensa. Los pilotos, protegidos por identidades falsas facilitadas por el ejército italiano, ensayaron en España diferentes formas de bombardeo con el objetivo de conseguir la mayor destrucción posible y así sembrar el terror y la desmoralización en la retaguardia.
Desde 1935 a 1943 Gnecchi tuvo una amplia hoja de servicios: intervención en la guerra imperialista contra Abisinia en 1935, donde Mussolini y sus esbirros no dudaron en utilizar armamento químico de manera indiscriminada, en la guerra civil española y en la Segunda Guerra Mundial, en la que, entre otras acciones, participó en los bombardeos sobre Londres. Fue condecorado por Mussolini, Franco y Hitler y homenajeado el año pasado por el jefe del estado mayor del ejército italiano y por la ministra de Defensa italiana. El entonces teniente de aviación y jefe de escuadrilla finalizó la carrera militar con el grado de teniente coronel. A las preguntas de la fiscalía, Gnecchi declaró que sus gestas militares consistieron en simples operaciones de reconocimiento del territorio y negó que fuera responsable de bombardeos sobre Barcelona o alguna otra zona de Cataluña. Hasta el momento, las investigaciones históricas han acreditado que Gnecchi intervino en la batalla del Ebro encuadrado en el Corpo d’ Aviazione Italiana.
Después de estas diligencias, la justicia italiana se ha apresurado a declarar que no tiene conocimiento de que puedan comparecer otros pilotos y, por esta razón, se debe archivar la causa. Por el contrario, la juez Ortega y los denunciantes reclaman una prueba pericial de los archivos de la Aeronáutica Italiana, en los cuales se hallan registrados los diarios de vuelo de la Aviazione Legionaria, la filiación de sus integrantes y las operaciones y objetivos militares.
Los gobiernos de España e Italia saben que la inhibición, los laberintos procesales y jurisdiccionales, la sucesión de interlocutorias y su mayor aliado, el tiempo, son los grandes instrumentos de la inmunidad. Nos encontramos en un momento de espera, en el que probablemente el proceso se cierre si no se inician con urgencia nuevos pleitos promovidos por los ayuntamientos, las entidades y las personas que fueron víctimas de la barbarie fascista. La capacidad de presión de los movimientos sociales y las instituciones es clave para impedir el triunfo de la absolución, la impostura de los reconocimientos públicos y la vergüenza de la impunidad.
Pascual Aguilar