Como a Lope un soneto le mandaba hacer Violante, un artículo de opinión me propone hacer Bonastre. ¿Opinar sobre qué? ¿Se puede evitar hablar del vendaval de infortunios que parecen atormentarnos a todos en mayor o menor medida? Consecuencia de estos días de inclemente cierzo, la imagen de una bandera en la zaragozana plaza de España se me muestra como una señal. Como la efigie de un dictador derruida supuestamente por los aires de la libertad y el progreso. No hay escapatoria, no se me ocurre otra que escribir sobre viento y rachas. Malas rachas.
Consecuencia de estos días de inclemente cierzo, soy consciente de estar rodeado, más que nunca, de amigos, familiares de amigos, conocidos, etc,,, que pasan por que llamamos una mala racha. A veces éstas son el resultado de las grandes corrientes que azotan el devenir de nuestro planeta. Otras muchas no, pero sin duda la actual coyuntura magnifica los partes de daños. No ayuda el tener que apretar los dientes e intentar tirar hacia adelante a miles de kilómetros de tu refugio vital o el que, simplemente, éste ya no exista. Son problemas, por supuesto económicos, pero muchos también de salud y como decía El Último de la Fila: “Cuando la pobreza llama a la puerta, el amor salta por la ventana”. Consecuencias causas de otras consecuencias.
Bien son conocidas en nuestra depresión del Ebro las cualidades del viento que brama valle abajo: No mece, agrede. No crea, revuelve y destruye siempre. Pese a todo, agradecemos que de vez en cuando nos despeje la niebla que nos aturde. Entre tanto hijo de puta volando en círculos aprovechando las corrientes ascendentes, sorprende ver que se mantienen en pie, desprovistos de todo ornamento, valores que pensaba ya arrancados de la condición humana hace tiempo. En estos días de impenitente viento, a refugio entre amigos, familiares y compañeros he podido presenciar y saber de más historias de amor y solidaridad que nunca, y eso que unos cuantos años trabajando en la sanidad dan como para una novela sobre ello.
Son cosas que te hacen pensar que quizá el hombre no es una pasión inútil como pensaba Sartre: ahora a los niños se les cuenta en casa lo que es la crisis. Lo asimilan y no se preocupan de los euros en confetti gastados el día de su primera comunión. Si nosotros no nos quedamos con la lección de que hay curas tan baratas contra el aborregamiento como leer o salir a jugar a la calle, éste puede ser un momento idóneo para que lo aprendan nuestras futuras generaciones. Habría que darles esa oportunidad de poder cambiar las cosas.
Queda tiempo de malas rachas pero creo que todavía falta mucho para llegar a 1984. Me gustaría acabar esta columna con un tema de un artista que sabe del mismo aire que nosotros conocemos. Hace poco, le escuché decir en una actuación que “vivimos tiempos óptimos”. Hombre, tampoco creo que sea eso, pero céntrense en la canción. Quizá les sirva de algo.
Enrique Bunbury – El Viento a favor
Ivan-Damme