Desde hace un par de temporadas la parrilla televisiva se ha llenado de programas dedicados a la gastronomía,más allá de los típicos programas de recetas como los del magnífico Arguiñano y muchos otros deudores de Con las manos en la masa. Topchef, Pesadilla en la cocina, Un país para comérselo, Cocineros sin estrella, Deja sitio para el postre… de un par de ellos ya hablamos en El Agitador y de otro lo haré hoy.
Masterchef era sin duda mi programa culinario favorito de cuantos se emitían. Gente normal, aficionada a la cocina, sin intrigas personales ni chismorreos más allá de los que la convivencia entre seres humanos puede producir, y si había algo más ni lo emitían ni me interesaba. El jurado cumpliendo su papel de pedantería pero sin hacerse insoportable. Samantha más sosa que un bocadillo de fideos y un poco estirada y clasista; le encanta remarcar los títulos, propiedades y/o premios de los invitados, pero se le puede aguantar. Jordi, el guaperas que sabe poner cara y tono serios en los momentos que lo exige el guión,está a la altura de lo que se le exige. Y por último, Pepe, mi favorito. Con esa pinta de canalla elegante y cavernícola que lo hace sobresalir entre sus compañeros, una revelación, un auténtico animal televisivo.
Esta temporada también podemos ver a gente normal, pero entremezclados con una pandilla de pijos que me hace pensar en un casting que buscaba algo más de glamour y tonterías. No tengo ni idea de quienes cocinan bien, mal o regular, no tiene mucha importancia para la producción, parece algo secundario. Eso sí, de los chismes, chorradas y enfrentamientos personales entre los concursantes estoy muy enterado. Se ha convertido en un reality más cerca de Gran Hermano que en un programa gastronómico. Parece ser que estoy es así en muchas de las versiones extranjeras, ocurre lo mismo, especialmente en la americana. La primera temporada en España la podríamos calificar de buena o muy buena, y creía que seguiría siendo así al ser emitida por Televisión Española, un canal al que se le supone menor necesidad de bajar al barro de la competición por la audiencia, pero se ha contagiado de sus “parientas” internacionales.
No sé qué tipo de espectadores son los que buscan los canales mayoritarios. Debe haber un importante sector de la población que no interesa porque no compra los productos que anuncia su publicidad, no son los suficientemente guapos o qué se yo. El caso es que cuando leo las audiencias de los principales programas y los que alcanzan tres o cuatro millones de espectadores son la leche me felicito. Vivimos en un país con cuarenta y cinco millones de habitantes y me arriesgo a decir que casi la mitad de ellos tienen la oportunidad de sentarse un rato frente al televisor muchos días después de cenar. Quizá no estemos tan mal como pensamos.
Carlos Garcés