Cuesta mucho hablar con la ciudad siria de Homs. No se trata sólo de las dificultades técnicas que entraña la comunicación, interrumpida por las autoridades como parte del castigo colectivo al que somete a la ciudad rebelde. Desde allí cuentan que las antenas parabólicas se han convertido en un nuevo objetivo de los ataques de Damasco para abatir la señal satélite que suministra Internet a los activistas y gracias a la cual pueden enviar las imágenes y relatar la masacre.
A las agónicas comunicaciones se añade un factor emocional. Cada día que pasa, la conversación se vuelve más pesimista, más desesperada y más agónica. “No queda nada, no tenemos pan, agua, leche infantil, no hay anestesia ni antibióticos. Falta sangre, no hay combustible ni gas para cocinar lo poco que les queda a las familias”, explica Abu Hanin, uno de los activistas del barrio de Baba Amr y de los pocos afortunados que sigue contando con la ansiada conexión a Internet. “No creo que podamos sobrevivir dos días más. Esto es una ciudad fantasma. Solo pensamos en cómo sacar a mujeres y niños”.
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