Nuevos puntos de vista en torno a la palmera de la Ermita de Montserrat.

La placeta de la ermita de Montserrat también es uno de mis rincones caspolinos favoritos. Creo que no he vuelto a tener un «éxito periodístico» tan rotundo en más de treinta años de profesión: en diciembre de 1976 y con apenas dieciocho años de edad, publiqué en la revista «Nuevo Caspe», editada por el Centro de Iniciativas Turísticas, un artículo titulado «Una palmera ¿condenada a muerte?»; en enero de 1977 se trasplantó, trasladándola desde el huerto de doña Julia Castellanos, en la calle Juan Royo.

No fue moco de pavo la empresa para aquellos años: ¡el ayuntamiento tuvo que contratar una grúa que vino expresamente desde Bujaraloz! De verdad de verdad, el que empujó el asunto fue el siempre incansable Miguel Caballú, que debió de poner todo su empeño la empresa y logró convencer a quienes tenían que ser convencidos. Y mi tío Félix Serrano, que nació cerca de donde creció la palmera y que ha sido siempre enemigo declarado de de uno de los constantes vicios de de Caspe: talar árboles.

Imagino que, técnicamente, no debió de ser una operación fácil y supongo que las probabilidades de que la palmera «tomase» estaban al cincuenta por ciento. Afortunadamente, todo salió bien. Corrió con los gastos el ayuntamiento, es decir, corrimos con los gastos todos y cada uno de los ciudadanos. Fueron 25.000 pesetas, que no eran pocas en aquel momento. Hasta en Radio Nacional de España se ocupó de la noticia, en cuyos informativos logró colarla Antonio Peralta, que era el corresponsal local. Con su cámara de fotos, Teodoro Ruiz documentó el momento del trasplante, tal como puede comprobarse en la foto que ilustra este comentario, y que se custodia en el «Archivo Gráfico ABC-ASD»

Y ya que en las últimas semanas está de moda el «Caspe mágico» (je,je) aprovecho que el Pisuerga pasa por donde pasa para subrayar que junto a esta misma ermita de Montserrat custodió el obispo de Barcelona Martín García parte de su fabulosa biblioteca, que trasladó desde la Ciudad Condal a la entonces todavía villa del Compromiso en 1519, cuando se vino a retirar a su Caspe natal. Estoy seguro de que fue una biblioteca en la que tuvieron notoria presencia libros nigrománticos porque Eugenio Torralba, «el mago más famoso del Renacimiento español» al decir de los especialistas, afirmó ante la mismísima Inquisición que vio en la capital catalana «un libro que poseía el canónigo Martín García con un ‘remedio’ para ganar (¿dinero?) mediante ciertos caracteres que se habían de escribir con sangre de murciélago». ¡Lástima que la biblioteca que el Obispo García trasladó a Caspe se quemara durante las guerras carlistas!

Volviendo a la palmera de Montserrat, es indiscutible que este árbol en su actual ubicación (en la que lleva 38 años) ya forma parte incontestable del paisaje urbano caspolino. Ojalá nos dure mucho tiempo.

Ojalá que también nos duren en el entorno de la vecina iglesia parroquial las doce palmeras de monumental prestancia y tamaño (a las que habría que añadir cuatro más pequeñas junto al Sagrado Corazón, si la memoria no me engaña). Estas otras palmeras también se han ganado por méritos propios el constituir una de las imágenes de referencia que se asocia a la mente cuando se piensa en Caspe. ¿De cuándo datan las palmeras de la Colegiata?, pues la documentación fotográfica atestigua que en el inicio de la década de los treinta ya había plantada alguna, aunque ciertamente fue en los inicios de los sesenta cuando los jardineros municipales debieron concebir el diseño vegetal de espacio tan principal y tan querido. Como ya se ha señalado en alguna otra ocasión, estas palmeras forman parte también de nuestro patrimonio monumental.

Alberto Serrano Dolader

Palmera

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