Hace apenas unos días Oscar Adell utilizaba su sesión como disc jockey agitador para reivindicar el rock de los noventa. Década de cruce, los noventa. La música subterránea llenaba estadios. El hip hop y la electrónica llegaban para quedarse. La mayoría de las referencias de su lista eran norteamericanas. Solo dos británicas. Una, Radiohead, resultaba obvia y la otra, el brit-pop, también. Como grupos representativos del brit-pop hizo lo que hubiera hecho cualquiera, referirse a Blur y a Oasis.
Lo del brit-pop fue algo más que un invento de la juguetona prensa musical británica para llenar portadas. Es cierto que tuvo un componente mediático que le hizo trascender la condición de mero fenómeno musical pero hay que reconocer que, al cabo de los años, podemos recordar un montón de buenas canciones que siguen justificando el invento. Los noventa supusieron para Gran Bretaña la vuelta a pasados esplendores una vez que el país fue capaz de digerir la siniestra herencia de Margaret Thatcher y los casi dieciochos años de hegemonía tory.
La ilusionante llegada al poder del Partido Laborista en 1997, de la mano de un joven y carismático Tony Blair, recibió el apoyo de gran parte de la intelligentsia británica y coincidió con un florecimiento cultural animado, entre otros, por la eclosión de los llamados “Young British Artists”, capitaneados por el provocador Damien Hirst, en las artes plásticas; el éxito planetario de la película “Trainspotting” y, en música, con la consolidación de la escena dance como una nueva e influyente filosofía del ocio y con el llamado brit-pop. Cool Britannia fue la expresión que sirvió para catalizar el estado de ánimo de un país que creía haber regresado, treinta años después, al Camelot pop que fueron los sesenta. Lástima que al final Tony Blair resultase ser un alumno aventajado de la Thatcher, y probablemente un criminal de guerra, que Damien Hirst solo pensase en cómo sacar cada vez más pasta a sus provocaciones sin importarle el ridículo y que el brit-pop se alojase en la memoria de muchos únicamente como una guerra mediática entre Blur y Oasis.
Blur fue un grupazo. Era lógico que triunfaran. Tenían canciones demoledoras, eran jóvenes y guapos y, en general, sabían bien lo que se hacían. Oasis eran otra cosa. Reconozco que tengo un prejuicio negativo hacia los Gallagher. Ni siquiera “Wonderwall” me pareció nunca un gran tema. Asistí, una vez, a uno de sus conciertos y no aguanté ni tres canciones. Si tengo que elegir entre Oasis y, por ejemplo, David Bisbal tendré que pensármelo un montón y es posible que acabe prefiriendo al pizpireto almeriense. La guerra entre Blur y Oasis fue un coñazo que no aportó nada más que un puñado de salidas de tono en boca de los palurdos Liam y Noel pero que, a la postre, sirvió para centrar la atención en aquellas dos bandas y anular el trabajo de otras muchas. Pulp es, sin duda, la más grande de todas esas “otras muchas”.
En los noventa Pulp ya llevaban un montón de años funcionando pero fue la publicación de “His’n’Hers”, en 1994, tras su incorporación al mítico sello Island, la que les puso definitivamente en la primera división del pop. Todavía escucharlo, diecinueve años después, provoca una excitación que no sabría definir bien. Canciones como “Lipgloss” (Y te sientes tan tonta por haberte reído de los chistes malos y haber aguantado a todos sus amigos, y haberle besado en público”), “Babies” o “Do you remember the first time?” justifican, de por sí, cualquier disco. Claro que ya, un año antes, habían dejado al mundo sin aliento con el que quizá sea el más mítico de sus temas: “Razzmatazz” (El problema de tu hermano es que se acuesta con tu madre. Y ya me he enterado de que a tu hermana tampoco le ha venido la regla este mes”), inicialmente un single independiente que fue incluido en la compilación “Intro: The gift recordings” editada por Island con algunos trabajos anteriores a su entrada en el sello.
Tras la resaca del acid el pop británico volvía a pensar a lo grande. Ya no se trataba solo de divertirse hasta el límite. Pulp proponían largas canciones con estructuras complejas y sinuosos desarrollos emocionales, estribillos diseñados para ser entonados a voz en grito y letras que combinaban un altísimo nivel literario con la cálida cercanía de la experiencia vital. La pura energía rockera se entrelazaba con la riqueza de unos arreglos orquestales que en cualquier otra banda hubieran olido a chamusquina o los delirios vocales de un cantante que al nacer rompió el molde. Pulp eran pop y rock y music-hall y cabaret y circo. Era difícil escapar al poderoso influjo de aquellas pequeñas obras de arte de cinco minutos, sobre todo si caíamos bajo la influencia de la estratosférica presencia de Jarvis Cocker, el, con perdón de Bobby Gillespie, mejor frontman que una banda británica haya tenido desde los tiempos de Morrissey, Joe Strummer o Mick Jagger.
Vendría después su trabajo más célebre, “Different Class”, un disco que, por sí solo, justifica toda una carrera, un disco que agota todos los adjetivos. Ni aunque se reencarnasen mil veces serían capaces los Gallagher de componer temazos del calibre de Disco 2000 (¿plagiaron el Gloria de Umberto Tozzi?) F.E.E.L.I.N.G.C.A.L.L.E.D.L.O.V.E (“Y el mundo exterior fuera de esta habitación ha adoptado una forma que resulta familiar: los mismos acontecimientos se mezclan en un orden ligeramente distinto cada día. Igual que en un moderno centro comercial”), I spy (“Espío a un chico, espío a una chica. Espío la oportunidad de cambiar el mundo, de cambiar tu mundo”), su canción más conocida Common People (“Nunca vivirás como la gente corriente, nunca harás lo que hace la gente corriente, nunca fracasarás como la gente corriente, nunca verás como tu vida se pierde de vista”) o la que, para mí, es la mejor de todas, Something Changed (“Escribí esta canción dos horas antes de conocerte. Todavía no sabía tu nombre ni qué aspecto tenías. Podría haberme quedado en casa y haberme ido a dormir. Podría haber decidido ir a ver una película.”). En un mundo regido por las leyes de la lógica, en ningún hogar cristiano faltaría una copia de Different Class para ser escuchada reverencialmente por toda la familia al menos una vez a la semana (más o menos lo que ocurre en la mía)
La trilogía esencial de Pulp se cierra con el grandioso “This is Hardcore”, un disco del que he leído que es considerado más oscuro que los otros pero en el que se mantienen todas las constantes de una banda que se encontraba en el culmen de su capacidad creativa. “Help the Aged” parece una canción inofensiva aunque acaba quemando como el hierro fundido (“Ayuda a los ancianos, una vez fueron igual que tú, bebían, fumaban y esnifaban pegamento”) y “This is hardcore” (“Tú eres hardcore. Me la pones dura. Ponle el título a la obra y yo interpretaré el papel”) es la suma teológica de una banda que en algunos momentos parecía no ser de este mundo.
Pulp representan en su grado más elevado, todo lo que más admiro de la cultura británica. Un país capaz de convertir el clasismo y el culto casi reverencial por la tradición en marca registrada y en el que, al mismo tiempo, las clases populares han sabido crear un universo cultural paralelo capaz de atravesar fronteras y de alterar la vida a millones de personas nacidas en todas las esquinas del globo. Pulp son poco más que una pandilla de chicos de clase obrera nacidos en Sheffield, una ciudad especialmente castigada en los setenta y los ochenta por la reconversión industrial, cuyo destino hubiera sido ser deglutidos por la maquinaria social británica sin dejar huella en el mundo, carne de Benidorm y LLoret, pero sus canciones consiguen entroncar con lo más elevado de la cultura británica. Jarvis Cocker, con su esnobismo proletario y su locura controlada, es una curiosa mezcla de dandy y punk, de gentleman y payaso, de Johnny Rotten y Noel Coward. Un ídolo en Gran Bretaña. Esa capacidad desarrollada por las clases populares británicas para generar de forma autónoma conceptos culturales universales es algo impensable en un país como el nuestro.
Hace escasos meses Reservoir books publicó una excelente edición de las letras firmadas por Jarvis Cocker para Pulp titulada “Madre, hermano, amante”. Por supuesto, la compré. Y la leí. Y la canté. Claro que me gustan Pulp y claro que soy un exagerado. Quizá sea porque en su momento no les presté toda la atención que merecían. Andaba yo demasiado despistado con otras músicas que ahora casi solo consiguen sonrojarme. Pero les he compensado. Aquella desidia es hoy una verdadera militancia que no cesa al cabo de los años.
Jesús Cirac