Nos atrevemos hoy en El Agitador con la nada novedosa práctica del relato por entregas.  Daniel Baquer nos presenta “TresodoS” una historia de ficción en la que no tienen que buscar ni connotaciones políticas ni dobles (o triples) interpretaciones.  Estructurado en tres entregas, cada una de ellas consta de tres textos, relativos cada uno a un personaje de la trama.  Y cada personaje, por supuesto, tiene su propio estilo narrativo.

Creemos que con estos datos tienen suficiente para entenderlo.  Deseamos que les guste y que lleguen hasta el final.

Gracias por anticipado.

PRIMERA ENTREGA

TresodoS

El conejo se ha escapado a la hora de dormir, ¡oh, sí, ya está aquí!, haciendo reverencia con la cara de vergüenza, tú besarás a quien te guste más

La palmada se frena en mí y el conejo me obliga y me humilla.  Todos me miran y es mi turno.  Debo levantarme y debo besar.  Otra vez al azar.  No tengo a quien elegir, no tengo donde acudir.

Me noto llena de vergüenza, con los mofletes colorados y deseo que nadie más se dé cuenta.  Cuchichean a mi alrededor.  Tengo que besar a un chico.  El último al que lo hice disimula y desvía la mirada, mientras el último que me besó me mira fijamente, sin esconderse.  Está claro que ambos desean ser los elegidos.  ¡No os voy a besar!

Odio este maldito juego infantil.  Ya sé que tengo doce años y debería de gustarme, pero me parece más infantil de lo que yo soy.  En realidad todos mis compañeros de clase me parecen más infantiles que yo.  No sé si tengo un par de años más que ellos o son ellos los que tienen dos menos que yo.  Me siento fuera de lugar.

Me esfuerzo todos los días por sentirme integrada, dentro de un grupo.  Por ser una más.  Por ser alguien “normal”.  Por desgracia tengo que jugar a esta miserable “diversión” para no ser un bicho raro, para estar con la gente, para que nadie me incordie con las malditas preguntas “¿Qué te pasa? ¿Por qué no juegas con tus amigos?”

Cuchichean cada vez más alto.  En fin.  Me decido.  Besaré a Luis.  El al menos no se lo espera.  Y es guapo.  Quizá el que más de la clase.

Ya está.  Me siento.  Pongo mis palmas.  La derecha debajo.  La izquierda arriba.  Y comienza la musiquilla otra vez… “El conejo se ha escapado…”

Aún no había cumplido los once años y Susana ya lo tenía todo claro.  Sabía que se iba a casar con su único novio, que llegaría virgen a la noche de bodas, que tendría dos hijos o quizá tres, esa era su única duda; que trabajaría solo hasta que tuviese el primero.  Bueno, en realidad también dudó un tiempo sobre si ir o no a la Universidad, pero fue por aquel entonces cuando conoció a Ernesto y al ver que su futuro se estaba aclarando tal y como ella había previsto desde niña, vio que no necesitaba complicarse más la vida.  Además, Ernesto estaba terminando Económicas y Susana pensó que con una carrera en la familia ya había más que suficiente.

Así que los preparativos de la boda no constituían ningún suplicio para ella.  Muchas veces no necesitaba la compañía de Ernesto para tomar decisiones.  En realidad ella se estaba encargando de prácticamente todo, bueno, menos esas cosas que son de ellos, los puros y demás.  Y la orquesta, porque a Ernesto siempre le había ido más la música que a Susana.

En todo el pueblo no se hablaba de otra cosa que no fuera la boda… vale, vale, ya sé que esto es mentira, pero es que es lo que a Susana le gustaba oír.  Ella es de esas personas que creen que el mundo se paraliza el día de su boda; y así lo estaba preparando todo.  El traje de novia a medida hecho por el modisto gallego ese tan famoso.  El fotógrafo traído desde Madrid.  El menú, si bien no el más caro, sí el más sabroso que se podía probar; pues era diferente a lo acostumbrado.  Y, lo más importante, la organización de las mesas en el banquete, distinta.  Cambiada.  Personalizada.  No como las ponían habitualmente.  Hasta los centros de mesa estaban milimétricamente posicionados.

Toda mi juventud o adolescencia, según se mire, fui el rey de la noche.  No había nadie que se me pudiese comparar.  Cuando hacía el recuento de las chicas que habían pasado por mis manos llegaba incluso a asombrarme.  Las contaba por docenas y me divertía intentando repasar las de los demás.  Ninguno me llegaba en ese aspecto a la suela de los zapatos.  Acudía cada lunes al instituto sabiéndome admirado, superior a mis compañeros de clase.  Incluso a los de los cursos superiores.  Muchas caían una sola noche, cuando yo quería, cuando me apetecía.  Y otras muchas aguantaban unas semanas, algunas incluso unos meses, habitualmente en invierno, pero ninguna llegó a cumplir un año conmigo.  “Así no tengo que hacerles ningún regalo por el aniversario”, me justificaba.

De esa manera fue hasta que apareció Susana en mi vida, justo en el momento en el que empezaba a pensar que era hora de ir sentando la cabeza, de que las cosas se estabilizasen.  Y ella fue la primera que tuvo el honor de ser obsequiada con un presente mío por nuestro aniversario.  Un nomeolvides con mi nombre grabado.  Así de egocéntrico soy.  El mundo comienza y acaba en mi ombligo.

“Señores, las cosas cambian y en este mundo en el que todo es posible, hasta lo más insospechado puede suceder.  Tengo que anunciarles algo: el cuatro de Septiembre no hagan planes porque están invitados a mi enlace con Susana”, comuniqué a mis amigos.

Aunque se viese venir, la noticia no dejó de sorprenderles, pues era el típico al que no se le ve casado, atado a una relación definitiva.

“En el fondo, lo que sucede es que ya no queda ninguna a la que me apetezca conquistar”, pensaba para mí.

Daniel Baquer

TresodoS

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